Una profesora que enseña al otro lado del río Guayas

El nexo a su trabajo es el turbio río Guayas que lo surca a diario en canoa  desde septiembre del 2000.

Allí Ena Gomero (28)  acogió el reto de convertirse en la única profesora de una escuela levantada sobre el lodo entre varillas de bambú y un techo de paja toquilla, en la isla Santay, ubicada  frente a Guayaquil.
Allí funcionan un dispensario médico, una cocina, una biblioteca y un dormitorio que Ena utiliza cuando le toca quedarse en el lugar por alguna actividad especial. 

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“Lo más difícil es cruzar el río todas las mañanas. Al comienzo tenía pavor, pero ya me acostumbré”, dice esta maestra de piel canela. Es el cuarto año consecutivo que dicta clases entre casas de caña, árboles de mangle y las falencias de la escuela fiscal mixta Jaime Roldós Aguilera.

En aquel periodo las anécdotas y peripecias no se ausentaron. “Me he caído en el río, he tenido que regresarme a casa con ropa ajena y hasta aprendí a poner sueros e inyecciones porque acá no hay médicos”, señala. Después se dirige al grupo de  alumnos de cuarto grado y les pregunta: ¿Dónde observamos el cóndor?, “en el escudo”, responde de inmediato Aníbal Cruz. 

Es lunes, por lo que antes Ena alista la grabadora que funciona con batería para que la melodía del himno nacional dirija las voces de los estudiantes.  “Todos rectos y a cantar”, exclama la profesora y los niños, en fila de tres, entonan la letra sin sincronía pero con claridad.  Así comienza otra jornada de estudio en un aula que 33 alumnos repletan  y  donde el viento ribereño golpea fuerte.  En un  ambiente funciona desde el primero hasta el octavo año de básica.

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Director, maestro y conserje a la vez

Martha Murga, redactora

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Al llegar a la escuela Sargento Gabriel Solís, en la cooperativa Américo Vespucio, de la isla Trinitaria, Gonzalo Aparicio sale a atender la puerta. Él también es el director del plantel y profesor del séptimo año básico.

Hace 20 años que Aparicio (53) está en el magisterio. Hace diez años que se creó la escuela y “en el primer periodo fui profesor, al siguiente me nombraron director”, desde allí él se ha esforzado por mantener el plantel, “hasta poner en riesgo mi propia vida”.

Aparicio cuenta que hace cuatro años tuvo que enfrentarse a ladrones, prostitutas, drogadictos, personas vandálicas que habían convertido en un “antro” el local de la institución. “Se metían en las aulas y hacían sus majaderías, los baños los destruyeron”, pero un día “fui y los boté a todos, porque vinimos armados. Me apoyaron padres de familia. Luego me amenazaron, pero no me ha pasado nada”, relata.

En el 2000, “la conserje de esta escuela, Rosa Reinoso, dejó la escuela sin decir nada, nunca más regresó, yo aún guardo su nombramiento”, refiere.

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Desde ese entonces, él decidió ir a vivir a la escuela con su esposa y sus dos hijos. “Construí una casa aquí, para cuidar que nadie entre a la escuela tuve que venir acá”.

Y ahora, como director, maestro y conserje, Aparicio pide con insistencia que la Dirección Nacional de Servicios Educativos (Dinse) termine su labor de colocar el techo de la escuela que, sostiene, ha quedado inconclusa.

“Solo eso falta para que 150 niños inicien las clases”, dice.