Una persona que ríe en medio de otras que no lo hacen, puede, por peligrosa, ser conducida a la cárcel, pero también, con su fuerte influjo, lograr que los demás abandonen un ceño fruncido, que agrieta el alma, ensombrece la inteligencia, amarga al prójimo. Claro que tenemos que leer las noticias –no me entero de ellas por televisión porque evito las imágenes y voces de sufrimiento, que no me hacen más sensible aunque confieren el dudoso privilegio de que así llegan primero–, puesto que vivimos en este mundo y todo lo que de importante en él acontezca nos concierne. Porque lo que no se conoce no se entiende y lo que no se entiende no se puede amar o puede matarnos en nuestro egoísmo y en nuestra comodidad. Y lo que no se conoce no se puede cambiar si debe cambiarse. Y para cambiar no estamos solos, están los interesados en ello y que son más conscientes que se debe hacerlo, aun si hay un sacrificio que realizar, sin el cual no hay redención, como decía Eloy Alfaro.

Mas, después de asumir el papel de serios y responsables adultos, ¿saben qué hay en el diario? Extraordinarias tiras cómicas, para desternillarse de risa, para que en ese momento solo reine la hilaridad y olvidarse de las preocupaciones. El exquisito mal genio del desafortunado Pato Donald, la astucia del Conejo Bugs para librarse de Yosemite Sam, con quien además nos identificamos los dentudos y los orejones. La relación de amor y odio entre el haragán Beto el recluta y el glotón Sargento. Las carreras de Lorenzo Parachoques, que siempre choca a la salida de su casa con el cartero. Las aventuras del caradura Condorito y de su sobrino más caradura, Coné. Las bondadosas maldades de Garfield. La barba sucia y maloliente del saqueador más adorable: Olafo el amargado. O las inteligentes historias del inquieto niño Calvin con su maravilloso tigre Hobbes. O la eterna maestra Mafalda con su serie de personajes, que como en otros casos, representan la distinta gama de personalidades que pueblan el planeta.

Lo más delicioso de todo es que nunca envejecen. Y el increíble Daniel el travieso sigue teniendo doce años para fastidiarle la paciencia al señor Pereda. Por cierto, hay otros motivos de risa. Disfrutamos de las ocurrencias de los niños, fuente inagotable de vitalidad. De las bromas sanas. De las mofas agudas del señor Febres Cordero. Las del Pájaro, naturalmente. Así pues, es un antídoto la risa. Para los entuertos de la vida personal. Si nos quieren ver la cara, riámonos porque no saben lo que hacen. Si observamos a los poderes públicos, no hay mejores tiras cómicas. El señor Presidente, sentado en una silla muy grande, diciendo un día una cosa y luego rectificando, pero con la aclaración de que lo han mal interpretado. Los diputados, enfrascados en sus mezquinas querellas partidarias y pretiriendo asuntos realmente importantes. Y los jueces, obedeciendo consignas políticas. Riamos, porque ellos aspiran a que siempre se saldrán con la suya. De los corruptos, riámonos también, porque creen que el dinero es todo en la existencia. Indudablemente que de los terrorismos no hay que reír. De ninguno de ellos, ni del ejercido desde el poder, ni del que emerge de la demencia y la desesperación. En lo demás, la risa es remedio infalible.