Refuto a Gregory Mankiw, consejero del Presidente estadounidense, quien dijo: “Si una cosa o servicio pudiera ser producido más barato  en el extranjero, fuera mejor para los americanos importarlo que producirlo en casa”. El tema se debate en la campaña presidencial norteamericana y el BID, en su última reunión en Lima, admitió que China es un “problema serio”: Es un hecho que las mercaderías provenientes de China pudieran arruinar –y han comenzado a hacerlo– industrias y comercios latinoamericanos , y procede preguntarse si estas mercaderías son realmente chinas, o son, como ocurre con algunas, productos realizados con capitales y marcas norteamericanos.

The New York Times publica un artículo de Keith Bradsher que explica esta emigración galopante de inversores y ejecutivos  occidentales a China: su fuerza de trabajo barata y su potencionalmente enorme mercado de  consumidores  (los salarios chinos fueron no más que el cuatro por ciento de los salarios americanos y japoneses en  el 2002). Admite que, en esta circunstancia, les  es difícil a aquellos  decir no a la demanda de los gobernantes chinos de que los occidentales construyan fábricas y transfieran su más reciente tecnología.

Es el aspecto moral el que analizo. En esta perspectiva no importa el volumen de puestos trasladados de América al Asia ni si puede reponerse el perjuicio resultante. Lo que interesa destacar es que estos emigrantes tienen el mismo motivo que tuvieron los negreros: aprovechar las masas empobrecidas, esta vez de China e India. Este fenómeno hay que juzgarlo independientemente de la globalización, que se producirá sin necesidad de ficciones como esta. Teniendo el Tratado de Libre Comercio de  América por objeto el  eliminar las barreras aduaneras en este continente, abaratando bienes y servicios,  los americanos que emigran al Asia son renegados. La libertad de comercio es auténtica cuando se produce entre comerciantes auténticos de  dos países; pero no cuando el dueño de  una marca en EE.UU. se pone máscara en China  utilizando otra marca, produce allá más barato y , con base en la libertad de comercio, reingresa a EE.UU. y destruye a sus competidores connacionales, correligionarios, coidearios  y consanguíneos. Esta es una cuestión no solo inmoral sino antidemocrática, anticristiana y antipatriótica.

La democracia, como todo organismo, genera sus propios riesgos, y uno de los suyos es haber generado un trabajador estable, organizado y deliberante, a quien le paga un salario  que incorpora un valor adicional al precio del trabajo en sí, que es el valor agregado de los derechos humanos, aunque nunca pueda satisfacerlos íntegramente. China, en contraste, ofrece un trabajador desamparado, sumiso, aislado  y barato, y acaba de protagonizar dos acontecimientos: el Congreso por primera vez ha reconocido el derecho a la propiedad privada: anzuelo para la inversión occidental y ha protestado por la decisión estadounidense de proponer  su condena en la ONU, por su desconocimiento de los derechos humanos. ¿Por qué es repudiable el dumping? Porque se vende en el mercado extranjero a un precio inferior al que se vende en el mercado propio. Es una competencia deshonesta. Y lo que están haciendo los capitalistas que trasladan sus puestos de trabajo al Asia es otra forma de dumping: ir al Asia para  que el producto cueste menos,  y venderlo en América  a un precio menor que el precio corriente en el mercado de su propio país, destruyendo a sus competidores connacionales y lanzando a la desocupación a los americanos. Es como un bumerán: arma que se arroja y regresa. O como un autogol.