“Nadie de los que mueren, vuelve”, argumentan los incrédulos. Pero hay alguien que ha vencido a la muerte y ha vuelto. Él es nuestra esperanza; en Él está nuestra fe. La Pascua es un día de júbilo que pregona una insólita victoria.

Cristo vivo y resucitado es el supremo vencedor. Él nos enseña que la vida es superior a la muerte, que el destino del hombre es vivir. La resurrección de Jesús es la única seguridad ante nuestras dudas fundamentales y la única respuesta válida a la pregunta sobre el sentido de la vida humana.

La resurrección es el núcleo de nuestra fe. Si hubiera que eliminar todas las fiestas religiosas menos una, esta sería la Pascua. Los Apóstoles empezaron a predicar a Cristo muerto y resucitado. La predicación de los otros milagros y de las maravillosas enseñanzas, vino después.

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La esperanza de la Pascua consiste en afirmar que nuestra vida presente tiene una prolongación en el más allá, que en ese más allá Dios nos hace vivir de su misma vida y que la vida de Dios es nuestra vida.

(Colaboración de Luz del Domingo Especial para Diario EL UNIVERSO)