Uruguayo impone la disciplina que aprendió en un hogar de campesinos.

Cuando Juan Ramón Silva es exigente con los jugadores de Emelec, solo pone en práctica la disciplina que aprendió en el hogar de campesinos donde nació el 5 de agosto de 1948. Fue en una chacra de Paso de los Toros, Uruguay, donde él y sus nueve hermanos aprovecharon la formación que les inculcaron sus padres, Juan Ramón Silva (90) y Zulma Pereda (80).

Su “viejo”, como él llama al hombre de quien heredó el nombre, hizo “tripas corazón”, dice, para mantener a sus  hijos: cinco mujeres y cinco hombres, a quienes nunca les faltó nada, pero tampoco vivió como rico. Porque, por ejemplo, de los pantalones viejos de papá, su mamá hacía pantalones para él y sus hermanos. Tampoco tuvo  bicicleta de niño, sino a los 18 años cuando él se la  compró con lo que el balompié le daba.

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Hoy Silva, que renunció a aceptar la nacionalidad ecuatoriana para estar más tiempo en las canchas locales como jugador, confiesa que de su padre a lo mejor no sintió cariño, pero sí formación estricta. Tanto, que cuando él tenía 30 años lo abofeteó porque le dijo “che”. Cuenta eso y sus ojos brillan, como si sintiera nostalgia, pero enseguida sonríe. Fue una lección de vida, dice.

Así como todas las que aprendió cuando creció labrando la tierra para sembrar maíz, papa, lechuga, trigo, girasol y tomate, criando gallinas y cuidando el ganado. Cuenta que todos los días su jornada comenzaba “con el canto del gallo”, como a las 04h30, cuando tenía que ordeñar las vacas. Después hacía de vaquero. Por eso dice ser un experto a lomo de caballo.

¿Cuándo jugaba fútbol?, “los domingos”, responde enseguida y sonríe emocionado, por los recuerdos. Lo hacía de 15h00 a 17h00, con pelotas hechas de medias viejas y en canchas armadas en espacios vacíos, a veces polvorientos y en otras con algo de pasto o yuyo (hierba inútil). Allí niños y jóvenes de la zona, entre ellos Nelson Acosta, ex técnico de Bolivia, colocaban dos piedras como arcos para alegrar la jornada dominical.

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Su padre es hincha de Peñarol, pero irónicamente no le gusta el fútbol. Incluso hoy, que tiene 90 años, le sigue insistiendo que le van a romper una pierna. Así, lo regañaba de niño. Pero él se las ingeniaba para jugar. Claro, hubo muchos domingos en que no pudo hacer goles, porque tenía que recoger madera y hacer leña para prender el fogón (cocina rústica), donde su mamá preparaba los alimentos.

Por eso el técnico de Emelec, que está casado con la ecuatoriana Kathy Groenow, es de los hombres que piensan que para nada hay “tranqueras” (barreras). Perseverar es la clave. Eso sí, hay que ser ordenados y honestos. Así se abren las puertas del mundo.

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De Peñarol a Peñarol
Su primer técnico fue un peluquero, que dirigía al Peñarol de su pueblo, equipo al que llegó después de un trato entre el maestro y su padre. Si él jugaba, el entrenador debía cortarle el cabello a los cinco niños de la casa. Pero a veces Juan Ramón no podía actuar, porque tenía que cortar leña. Cuando eso pasaba los Silva andaban “cabezones”, dice.

Su padre era exigente. Tanto que él aprendió a arar la tierra con la yunta (par de bueyes o caballos) desde muy niño. Y a los 6 años ya sabía manejar un tractor. Era un aparato muy  grande, pero él se las ingeniaba para poderlo conducir.

Por eso las palabras ‘sacrificio’ y ‘trabajo’ no lo asustan. Fue un campesino, al que –según él– la pelota lo salvó. Lo salvó, porque creció como hombre y pudo sacar un título universitario en Montevideo. Es mecánico tornero, porque su padre pese a ser analfabeto le exigió que estudie. Lo hizo mientras jugaba en Peñarol, pero no el de su pueblo sino el ídolo uruguayo. Antes de estar en ese club, defendió al River Plate charrúa, con el que debutó a los 17 años en primera, 2 después de dejar la chacra.

Pero Silva, el hombre que llegó a la Universidad Católica quiteña porque lo trajo a jugar su amigo Alberto Spencer, también es técnico. Luego de pasear su fútbol por Uruguay, Colombia y Ecuador y la selección de su país, quiso ser entrenador y se preparó.

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En 1985, trabajó en las divisiones menores de Peñarol junto a Roque Gastón Máspoli (+). En ese año el extinto arquero, que protagonizó el Maracanazo (cuando Uruguay ganó 2-1 la final del Mundial de 1950 a Brasil en el Maracaná), le obsequió un pito con el que ha dirigido al River Plate, de Uruguay; Alianza Atlético, de Perú; Universidad Católica, Valdez, Deportivo Cuenca, Olmedo, Aucas,  Deportivo Quito y  Emelec, de Ecuador. Hoy ese pito está muy desgastado, pero lo conserva con cariño, así como sus recuerdos de la vida en la chacra...