“Tengo más de 20 años y sé que no puedo revertir el tiempo. Eso me asusta. Me angustia. Me rebela.  No es que sienta temor de hacerme vieja. No. Amo la vida y asumo cada momento como debe venir.

Sin embargo, me disgusta la idea de estar a punto de abrir una puerta inmensa y pesada. De entrar en ese mundo confuso y enredado que los adultos llaman madurez.

Yo no quiero pertenecer a esa madurez. Yo deseo permanecer como soy ahora o como creo que soy: honesta, transparente, sincera, frontal, confiada. Intento mantener la fe en la gente, en las personas solidarias, en quienes necesitan de mí.

Por eso digo lo que estoy diciendo. No sé si cometa una injusticia. Quizás estoy generalizando y eso no es correcto. Pero esta es mi percepción, esto que quiero decir es lo que veo en mi familia, en mi trabajo, en mis amigas, en mis clientes, en todos los círculos por donde me muevo cada día.

Y no es algo que siento hace poco. No. Lo he venido callando desde hace mucho tiempo. He sido testigo. A veces hasta me he sentido cómplice. Y eso es lo que me propongo evitar, eso es lo que no permitiré que me suceda.

Me duele que las personas que se llaman maduras no toleren sentirse ingenuas. Que se jacten de ya no serlo, de haber aprendido una supuesta y definitiva lección.  Aborrezco mirar cómo lo calculan todo en función de su interés personal, de su bienestar, de su egoísmo, de su comodidad.

Su existencia se reduce a tácticas y planes para que nada cambie, para que todo siga así, para que nadie haga olas a su alrededor, para que nadie los mueva un centímetro de donde están, de la ubicación a la que, según suelen repetir, les ha costado tanto llegar.

Hacen alianzas, acuerdos, consensos. Pero cada gesto, cada actitud, es parte de un cuidadoso juego de apariencias. Saben fingir. Actúan. Guardan en sus roperos una colección de máscaras. Y se colocan una u otra, alternativamente, según lo que quieren obtener en el lugar donde están o del lugar del cual no pretenden moverse.

Frases trilladas parecen ser los símbolos que los identifican: yo no me complico, yo no me hago problema, yo ya no tengo nada que aprender, yo acumulo tanta experiencia...

Me conmueve su inacabable ajedrez de omisiones, silencios, medias verdades. Su inacabable ajedrez de palabras no dichas, de gestos reprimidos, de frustraciones repetidas. No quiero ser parte de ese juego. No deseo entrar en una competencia oculta, implacable y sin misericordia.

He tratado de entender, pero no he podido, que aquella manera de jugar es la única posible para sobrevivir, para existir sin mayores contratiempos, para evitar que la vida, como un espejo en el que deban mirarse de forma obligada, les pida abrir los ojos, asumir la realidad, enfrentarse a la verdad, rendir cuentas.

Sé que generalizo. Que al hacerlo posiblemente sea injusta. Por eso quiero suponer, con la más intensa ingenuidad, que en alguna parte, en este mismo momento, alguien está luchando e intentando ser distinto, alguien está, como yo ahora, negándose a que el futuro personal solo sea viable haciendo estrategias para cerrar los ojos".