La imagen de Cristo del Consuelo se divisa a tres cuadras desde el pequeño balcón que luce lleno a las 09h00. Desde allí, María de Arias, junto a otros tres familiares comienza a escuchar con detenimiento los cánticos que una multitud entona al pasar por los bajos de su domicilio, en Lizardo García y Domingo Savio.

Lo hace para seguir el “sentir de su corazón y prepararse” ante la proximidad del paso de la carroza que  transporta a Jesús crucificado, mientras su esposo Miguel, de 78 años, toma un momento para subir a la terraza. Él sigue la marcha de cerca, tan cerca hasta que el alcance de su binocular se lo permita.

“Yo sigo los cánticos y acompaño en oraciones cuando pasa Cristo”, dice María, sin perder las escenas que se registran en la calle.

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La procesión se vive también en otros balcones. En uno de estos, muy atento, está José Piedra. Pero su mirada se concentra más en los requerimientos que hace la gente que sigue el trayecto: “Piden agua, no hay que negarles”, sostiene el menudo José, al tiempo de ejecutar el ejercicio: lanzar agua una y otra vez.

No muy distante, una mujer de unos 30 años saca una pequeña cámara de video.

Se coloca en una esquina de un balcón. Le llama la atención los penitentes descalzos. Por segundos deja de grabar como si tratara de buscar nuevos fragmentos para captarlos.

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Son las 10h30. Unos de los primeros grupos de fieles dejan la calle Lizardo García para entrar a la Pedro Robles Chambers.

Luis Cabrera, un iniciador del grupo Caballeros de Cristo, junto a su esposa buscan el balcón de su casa para seguir la peregrinación. La multitud llama la atención y ellos mismos aducen que es cuestión de fe. Pasan cerca de 50 minutos y en ese balcón se enciende una radio, pese a que está a pocos metros del lugar donde culmina la procesión. Hay silencio, miradas que tratan de rememorar la crucifixión.