Terminadas las cinco semanas de cuaresma nos aproximamos a la Pascua. La liturgia nos ha presentado a nuestro Salvador sufriendo durante la presente semana hasta llegar a este Sábado Santo para estar junto a María Santísima, las piadosas mujeres y San Juan llorando nuestros pecados y los del mundo pecador, puesto que nuestras faltas por comisión u omisión son la causa de los dolores y sufrimientos y la muerte de Jesucristo. Al mirar a millares de cristianos que en la Semana Mayor se han marchado hacia diferentes sitios me pregunto: ¿por qué aquellos y otros son tan poco sensibles ante los padecimientos de Cristo? ¿Por qué se han acostumbrado a dejar pasar con indiferencia el tiempo fuerte de cuaresma y estos días santos y privilegiados, y no sienten compasión por Nuestro Señor? Posiblemente hay quienes no se han conmovido ante la Pasión de Cristo porque no lo conocen verdaderamente.

¡Qué insensatez! La verdad es que muchos no se conmueven ante la amarga pasión del Hijo de Dios. No quieren llorar sus pecados, que son la causa de esa pasión. Por tanto, no saben sufrir con Jesús. Si escuchan la palabra divina en los lugares sagrados no tienen dolor verdadero de sus pecados, y si les duele algo solo es por un momento para luego seguir ofendiendo al Crucificado. Mientras otros ni siquiera van a los actos litúrgicos de la Semana Santa. Para ellos este santo y privilegiado tiempo es igual que los demás días: comida, trabajo, diversión, y los placeres de siempre. No meditan en Cristo que tanto sufrió y murió por nosotros. Como escribe San Pablo Apóstol, no viven de la fe en el Hijo de Dios, que los amó hasta entregarse por ellos (Gálatas 2,20). Recuerden, lectores, Cristo bajó del cielo, se despojó de su categoría divina, se hizo hombre, se sometió al desprecio y a un trato cruel y se entregó a sus enemigos y sayones para salvarnos. Entonces, ¿qué esperan algunos para convertirse?

¿Quién no amará a Quien tanto nos ha amado y nos ama? No somos capaces de ser agradecidos con tan divino Bienhechor, que espera de nosotros correspondencia con filial compasión, con profundo temor de no ofenderlo más, de sincero arrepentimiento y ardiente deseo de llegar a tener un corazón nuevo revestido de gracia y santidad. Para no pocos pasó Viernes Santo, pasará Pascua de Resurrección, pasarán los días, semanas y meses y continuarán siendo los mismos. No quieren abandonar aquella persona, aquel libro, aquel objeto, aquella mala costumbre que les aleja del Buen Pastor que es muy misericordioso, nos conserva la vida y está dispuesto a darnos lo que le pidamos si no se opone a nuestra salvación. Cristo resucitó al tercer día de entre los muertos, para seguir amándonos, para continuar derramando su misericordia y su perdón, a fin de que nosotros también resucitemos con nuestro Redentor, para que conozcamos más y mejor a Jesús en su Evangelio y en todas las Escrituras, porque de lo contrario es separarse del Resucitado que padeció para que todos seamos salvos y resucitemos gloriosos con nuestro Salvador, “para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Romanos 6,4). El Señor resucitó verdaderamente ¡Aleluya!