Hoy que los cristianos recuerdan uno de sus días más significativos, siendo la nuestra una comunidad predominantemente católica, debería ser uno dedicado a reflexionar acerca de la necesidad de recomponer al país, cuyas instituciones están descuartizadas por ese afán tan ecuatoriano de “canibalizar”.

A lo mejor estoy pidiendo lo imposible, pero estos años deben los de la igualdad entre hombres y mujeres, los de los derechos humanos, los de la interculturalidad, los del respeto a la diversidad, todo ello en busca de una sociedad  más justa y solidaria, que solo se consigue cuando las instituciones marchan adecuadamente y cuando los funcionarios públicos y las personas particulares cumplen con sus deberes burocráticos y cívicos dentro del Estado.

Quisiera decir también que deben ser los años de la paz, pero con los conflictos que existen por doquier, con las guerras que se siguen desatando y alimentando, y especialmente con un terrorismo que parece no tener vacaciones por el fundamentalismo de unos pocos que hacen más que si fueran muchos, es difícil pensar que la paz deje de jugar a las escondidas y no haya quién la encuentre, ni siquiera, a nivel internacional, una ONU que fue y sigue siendo manipulada.

Luce claro que el terrorismo llegó para quedarse por algún tiempo, por lo que debe entenderse que la lucha globalizada contra él es un proyecto de largo plazo, que plantea inclusive consideraciones o análisis constitucionales, en el mismo Estados Unidos que es el país que más lo combate y que ha hecho que sus ciudadanos y otros del mundo que visitan su territorio, sacrifiquen parte de su libertad en beneficio de su seguridad. ¿Qué es más importante, la protección al ciudadano o las libertades individual y pública? ¿no se ha dicho siempre que, en ciertos momentos, la libertad importa más que la vida porque esta sin libertad no merece ser vivida?

Pero regresando a la reflexión inicial, nuestro mundo político debería hacer un cambio que el país lo agradecería, es decir, buscar soluciones antes que culpables, que ya habrá tiempo para que las leyes o la historia los sancionen; más diálogo con las manos por delante sin esconder ninguna piedra en la espalda; más democracia interna en los partidos, y por último, menos militares en lugares donde no les corresponde estar.

Ojalá que lo que digo no sea solo un deseo utópico de Viernes Santo.