Condolerse, compadecerse, significa sentir-con-el-otro su dolor, su padecimiento.  Esta definición  alcanza  mayor exactitud cuando  la acción proviene  de otra persona que ha pasado por una experiencia similar.  Entonces, aquel que sufre se siente realmente comprendido y capaz de compartir su sufrimiento con quien puede entender la angustia que está atravesando,  lo que  está sintiendo.

Por esto que funcionan tantos  grupos de autoayuda que reúnen a personas con las mismas necesidades:  enfermedades crónicas, físicas o psicológicas, manejo de prótesis, duelos de familiares cercanos, problemas de inmigración, etcétera,  pues constituyen una forma adecuada de alivio y generan orientación positiva.

Desde este mismo ángulo me permito interpretar el sacrificio de Cristo a través de su desgarradora pasión y muerte en la cruz. 

Asumió el dolor de la injusticia, la tortura  física y psicológica para poder ser nuestro compañero en cualquier dolor, para  poder estar junto a nosotros y consolarnos porque Él también padeció como hombre en su propia carne, porque se hizo solidario con todos los millones de hombres y mujeres que diariamente  y a través de los siglos  han sufrido  y ahora sufren impotencia ante la injusticia,   hambre, miseria  enfermedades y más...

Sí, Jesús fue capaz de asumir esa muerte desastrosa para identificarse más aún con nosotros y  convertirse en nuestro hermano en el dolor.  Su dolor además da al nuestro significado, una razón redentora y la cruz se convirtió en símbolo universal de las cargas y luchas por la vida.

Se afirma muchas veces que cuando hay grandes sufrimientos es cuando se siente más la presencia de Dios y hay grandes conversiones que surgen a partir de un gran dolor. No es difícil entender  que cuando un amigo, un hermano, un hijo sufre, queremos estar cerca, consolarlo y cuidarlo.

¿Por qué nuestro corazón tiende a ser más solidario en la tristeza que en el gozo?  No se envían tantas tarjetas de felicitación por un triunfo como la cantidad de notas de pésame que se reciben por muerte de un familiar.

Sin embargo,  todo ese dolor de Cristo no habría tenido sentido sin la dicha inconmensurable de la Resurrección que celebramos cada año en el domingo de Pascua y durante todo el tiempo pascual.  Resurrección que nos convierte a los cristianos en testigos de la esperanza y de la vida, en compañeros de la alegría.

“He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. 

Tenemos que manifestar nuestra fe en la Vida actuando con amor y optimismo  para  reconstruir la humanidad caída, representada en la Cruz de la pasión.