Que Bush, o el brutal Rumsfeld, o el ultraderechista Wall Street Journal conviertan los resultados electorales en una infantiloide cuestión de “machotes o gallinas”, no tiene mucho de particular.

Pese a las semanas transcurridas, vale la pena pararse a mirar algunas reacciones y “análisis” ante las recientes elecciones españolas. Más que nada, para observar cuán fácilmente se fabrica y propaga hoy una mentira, y –lo único que nos salva– comprobar lo chapuceramente que se forjan. Lo peligroso es la rapidez, la abundancia de medios para extenderla, y por lo tanto la “abrumación”, que puede llevar a suscribirla incluso a personas inteligentes o bienintencionadas.

El único antídoto contra ese veloz envenenamiento es en cambio lento, llega tarde y reside en el veneno mismo: en su baja calidad, en su grosería, en la falta de astucia de quienes lo instilan. En época de políticos y periodistas más listos, estaríamos perdidos. Nuestra condena –que la mayoría de ellos sean elementales, pueriles– es también nuestra salvación.

Ahora bien, la tosquedad de las mentiras, y las consiguientes fallas de estas, no hacen disminuir un ápice el ánimo tergiversador de quienes las dicen y repiten. Pero, claro está, hay grados de gravedad y de mala intención; talvez los que siguen:

a) Infantilismo y frivolidad. Que Bush, o el brutal Rumsfeld, o la enajenada cadena de televisión Fox News, o el ultraderechista Wall Street Journal conviertan esos resultados en una infantiloide –aunque interesada y ofensiva– cuestión de “machotes o gallinas”, no tiene mucho de particular. Todos ellos son parte, jamás podrían ser jueces ni intérpretes.

En su zafia conclusión (“los españoles se han rendido a los terroristas”), falsean varios factores y desde luego su orden, que aquí sí altera el producto, a saber: ignoran o silencian que la intención de Zapatero de retirar a las tropas españolas de Irak (salvo que la ONU se encargue de la situación) es muy anterior no ya a su victoria electoral, sino a los atentados del 11-M; ignoran o silencian que nuestro país siempre se opuso con vehemencia –cerca del 90% de la población– tanto a la Guerra de Irak como a nuestra participación y adhesión a ella, las cuales fueron decididas solo por un partido, el gobernante, y quizá solo por un individuo o por tres –Aznar; Ana Palacio y Rajoy–; hablan de “abandono de la lucha contra el terrorismo” cuando la Guerra de Iraq no fue contra el terrorismo, a diferencia de la de Afganistán, y esto ya lo saben hasta las cabras, aunque buen número de americanos todavía no; por último, intentan colar de rondón la siguiente falacia: esta ha sido una guerra justa y necesaria y sincera, y así se lo parecía a los españoles, los cuales, tras sufrir una matanza espantosa, se acobardan y deciden apearse de tan noble causa. Silencian que esa Guerra nos viene pareciendo injusta, innecesaria y fraudulenta no desde el 11 de marzo (menos aún desde el 14), sino desde hace más de un año, cuando la percibíamos ya decidida, dijeran lo que dijeran Blix y sus inspectores y la ONU en pleno.

b) Rabia e irresponsabilidad. Siendo los argumentos los mismos, algo más de particular tiene que en Europa, donde se está más informado acerca de España, alguien como Berlusconi sostenga nuestra “cobardía” y de paso incite a los terroristas a atentar de inmediato contra Italia, al desdeñar la capacidad operativa de “cuatro beduinos” (yo lo consideraría a él el Peligro Público Nº 1 de mi país, si fuera italiano). O que el columnista jefe del Daily Telegraph, un tal Stein, cuya falta de luces intenta compensar sin duda con la antorcha que lleva en la pluma, escriba que los españoles, al votar como lo han hecho, “han deshonrado a sus muertos”, y vaticine que en Europa no habrá más lucha que “la guerra civil”. A eso se le llama “wishful thinking”, o “pensar con el deseo”.

c) Bajeza y difamación. Mucho más de particular tiene que en España, donde sí contamos con todos los datos y sabemos que la población entera lleva más de tres decenios soportando el terrorismo sin que haya habido atisbos de abandono ni de rendición, tanto políticos como periodistas se avengan a ofender a veinticinco millones de votantes (todos menos los del PP), acusándolos de “haber colaborado con el terrorismo”, “oponerse a la guerra para estar a bien con los asesinos”, y aun “haber fijado la tarifa de doscientos muertos para rendirse”, y que ETA tome nota. Y en verdad asombra tanta bajeza en días de compartido luto, por parte de quienes sí saben.

d) Incoherencia y contradicción. Esto no es el mayor grado de gravedad, sino algo común a los tres mencionados. Los mismos que acusan a los españoles de haber votado por cobardía, apaciguamiento o rendición, y por tanto de hacer caso a los terroristas, instan al futuro Gobierno a obrar teniéndolos en cuenta: “No retiren tropas, o Al Qaeda lo verá como debilidad”. Yo creía que un país soberano no debía actuar movido por “qué dirán” ni “qué harán” los terroristas. Y resulta que todos esos envenenadores nos impelen a hacerlo ahora según “qué pensarán” aquellos. Creo que, efectivamente, no hay que escucharlos. Porque su interpretación o “análisis” será, en todo caso, tan mezquina, ofensiva e interesada como la de los envenenadores. O, seguramente, todavía más.

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