No importa si se llega en carro propio, en bus o a pie. La recepción es la misma:

“Habla, varón, qué necesitas: cédula, partida de nacimiento o te quieres casar”.

Los ofrecimientos se replican afuera y también adentro del Registro Civil del Guayas, cuya sede está en la avenida 25 de Julio, al sur de Guayaquil.

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Los tramitadores se acercan sin temores a los usuarios, con propuestas tentadoras:
“¿Quiere hacer cola por tres horas o tener su documento en 20 minutos?”, dice uno al que llaman Gustavo, pero omite su apellido. Sus tarifas son negociables:

“Bacán, te cobro $ 13  por renovar la cédula”, insiste, aunque el costo real es de solo $ 6. Ellos mismos se encargan de conseguir las dos fotos tamaño carnet, la denuncia de la Fiscalía (en caso de pérdida o robo) y hasta el certificado de votación.

A Ruth Erazo, una mujer de 54 años y cabellos ondulados, se le acercaron ayer seis de aquellos tipos, mas no aceptó ninguna propuesta. Ella necesita las partidas de nacimiento de sus dos hijos, cada una tiene un costo de 20 centavos. “Y estos señores me piden entre $ 4 y 5”, se queja ella, quien llegó a las 06h00 y hasta el mediodía no era atendida. “Los tramitadores entran y salen de las oficinas. Nadie los controla. Y los pobres,  a la espera”.

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El lugar luce atestado. Y hay motivos para ello: no hubo atención por once días (las actividades se reanudaron la tarde del lunes anterior) debido al paro nacional de los empleados. Incluso en aquellos días los tramitadores ofrecían documentos. “No son más que timadores. Los usuarios no se pueden dejar engañar”, recalca el director provincial de la entidad, Abdón Calderón Franco, un abogado de 65 años que regresó al cargo luego de ganar un juicio contencioso administrativo. Él repite que está cansado de enviar oficios al jefe de la Unidad de Vigilancia Sur de la Policía, coronel Aníbal Montalvo, para que los uniformados hagan operativos y detengan a los tramitadores.

El Registro Civil es custodiado en el día por seis guardias privados de la compañía La Bastille. Ellos cuentan que es imposible controlar la situación. Lo mismo cree el director, Calderón, quien lanza una generalidad: “¡En todas las instituciones hay tramitadores! Yo no puedo controlar a todo el mundo o hacer que cierren la boca para no escuchar sus ofrecimientos”.

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El día para Ruth no solo ha transcurrido entre los tramitadores, las paredes manchadas, el techo agujereado y el hedor a hacinamiento. También escucha cómo ofrecen almuerzos, batidos, refrescos, agua en botella, copias, paños para limpiarse los dedos y hasta peines para “salir bien en la foto”.

A su lado está Mayra Lino, una madre soltera de 26 años, que arribó a las 05h00 en busca de una partida de nacimiento. Está molesta por la lentitud en la atención.

Y el director da nuevamente su versión: “No son los tramitadores los que retrasan el servicio. Es que tenemos unas máquinas obsoletas que deben apagarse cuando se calientan. Esto es así”.

 

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