En repudio al inconcebible y sangriento atentado del 11 de marzo en Madrid, los manifestantes que cada año se dan cita frente al Palacio de la ONU en Ginebra durante la Comisión de Derechos Humanos, uno de los foros más importantes de Naciones Unidas, enarbolaron carteles que decían “Otro mundo es posible”, “Basta ya”. De “inaceptables y monstruosos” calificó los atentados Bernard Racharam, Alto Comisionado para los Derechos Humanos. “La característica común de los terroristas es la indiferencia total por la vida y por todos los derechos del hombre”, dijo, para añadir luego que esos atentados no lograrán jamás destruir los fundamentos del derecho internacional y de derechos humanos que la comunidad mundial ha construido durante todos estos años: “Enjuiciar a sus autores en el marco de esos derechos es la mejor respuesta a los ataques”.

Gente desamparada que nos ha tocado una época inquietante, donde dejó de existir el fundamento que cada ser humano debe respetar en su relación con otros seres humanos y con su entorno, vivimos hoy una era de miedo por la aparición de irracionales escuelas de odio y terror. Creadas por líderes amparados en causas religiosas distorsionadas, las que están estrechamente vinculadas a la indiferencia de la sociedad internacional hacia culturas diferentes y al hecho de ignorar los derechos sociales, culturales y económicos de otros pueblos. Desde el 11 de septiembre estamos frente a un nuevo estilo de guerra, más brutal y primitivo, pues se trata de ataques repentinos en el lugar que menos se los espera, con la consecuente masacre colateral, como lo muestra asimismo el reciente atentado de Madrid con sus víctimas inocentes, corroborando así que los actos de terror para desestabilizar el mundo pueden ser llevados a cabo apenas por un puñado de individuos. En efecto, desde el 11 de septiembre el mundo tomó otro giro y ya nunca será el mismo de antes. Vivimos en un siglo de luces científicas pero, paradójicamente, hemos vuelto al oscurantismo religioso y a conflictos ideológicos que ponen a Dios como líder de todas las causas que no concuerdan con el elevado nivel de civilización actual. Todos sabíamos que un día teníamos que enfrentarnos con la muerte, pero hoy, los acelerados eventos planetarios nos muestran que es la vida que debemos enfrentar. Desvanecidas las esperanzas que surgieron con el fin de la Guerra Fría, hoy solo quedan terroristas y antiterroristas matándose entre sí y una capacidad tecnológica para exterminar el mayor número de gente inocente en el menor tiempo posible. Dejaron de existir los frentes de guerra puesto que hoy casi todo el mundo es un solo frente de guerra convertido en tierra de genocidio y esto sucede miles de años después de la edad de la piedra.
¡El ser humano ha deshonrado nuevamente la historia!

No existe un estereotipo de terroristas, puesto que se trata de individuos disfrazados de gente común: discretos padres de familia sin historia o jóvenes afables, buenos estudiantes u honestos comerciantes. Pueden ser banqueros o directores de ONG o de fundaciones humanitarias que asimismo tratan de implantar sedes de operación en países en desarrollo, donde numerosas conciencias se compran a bajo precio.