Mientras la voz de María Jiménez se alarga por la noche cantando una canción de Joaquín Sabina del disco Donde más duele, pido una verde (cerveza) y me voy haciendo parte de la melodía. El Gran Cacao sabe que la noche es eterna, se estira y no te miente, y tiende la trampa con sutileza, con un descuido irónico, desaprensivo y  calculado.

Daniel Cedeño (25) sentado a la barra, celebra el canto provocador de esta española nacida en Andalucía, con su segundo vodka tonic. Tatiana (la bartender) sonríe despacio y prepara el trago amablemente, mientras el negro Lucho se apura con tres bielas para las mesas de afuera.

Y en tanto la andaluza grita en su cantar que: regresó a la maldición del cajón sin su ropa, a la perdición de los bares de copas,  y a pagar las cuentas de gente sin alma que pierde la calma con la cocaína. Recuerdo de cuando regalaba por las calles de España un kit de supervivencia, compuesto por un preservativo, un Alka-Seltzer, una tirita y papel para fumar. Excentricidades y provocaciones concebidas para vender mucho más.

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Mas, allí está El Gran Cacao. Un barcito sin pretensiones repleto de madera y olor antiguo, ubicado en la calle Imbabura entre Panamá y Rocafuerte, a dos cuadras del bendito Malecón 2000, zona fuerte donde el cacao reinó por años, y donde ahora brillan la rumba y la diversión.

Quizás lo propicio en este instante sería una de Van Morrison, o que Tati (diminutivo de Tatiana) pinche algo de Nina Simone, pero que más da. La realidad es que la cerveza se hace muy liviana y es mejor atacar un gin (ginebra con tónica, hielo, limón y un toque de sal). Con lo que se viene es mejor estar preparado.

Voy a empezar por el fondo. Baños ajedrezados con puertas de hierro forjado y otros arabescos. Madera vieja y papel periódico también viejo,  que parece haber estado allí desde siempre. Páginas de EL UNIVERSO que recuerdan la historia, el tiempo que se fue por los rincones. Esa sensación melancólica de que la vida, ahora más que nunca, no volverá a ser la de antes.

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Están también las lámparas, diseñadas y construidas por el propietario Jimmy Mendoza, con los rezagos que permanecen en él de su época cuando se atrevía con la pintura. Incluso ganó un Salón de julio. Pero eso ya también se fue. Lo que queda es su sentido del gusto y de la estética.

Colgadas en las paredes se ven las palas de madera para remover el cacao cuando este secaba al sol, sacos rellenos que sirven para sentarse, sillas y mesas de muyuyo, velas encerradas en complicados receptáculos y otras cosas antiguas, no viejas.

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En el centro de todo eso, la gente. Cuando pregunto por ahí ¿por qué vienen? Francisco Perrone asegura que le recuerda a Estudio 54 de Nueva York, pero en versión underground 2004. Aquí a nadie le importa quién eres ni de dónde vienes. Eres un simple ser tomando unas copas.

Eso sirve, por aquí todo viene bien. Viene bolero,  blues, salsa, son, rock, disco, flamenco, balada, pop, tango, bossa nova, jazz. Viene variado y fuerte, va con todo la música, aquí no hay algo definido. Es un lugar donde la gente baila y pierde; pierde esa sensación de excluido que tantas veces ha masticado en otros sitios.

La mezcla funciona, hay truco en esto, porque parece que ningún público es mayoría; joven, mediano, mayor, da lo mismo, todos buscan diversión y la hallan con facilidad. Se puede charlar y también oler el cacao, percibir una parte de vida del Guayaquil viejo mezclándose con gente sin tiempo y esa sensación extraña de escuchar a Julio Jaramillo junto a Billie Holiday.

Mario, a quien todos llaman el gusano y que de vez en cuando hace de discjockey, expresa que es un lugar que tiene su personalidad. Algunos pueden sentirse incómodos con tanta mezcla. Nadie paga con tarjeta de crédito, la mayoría de los que frecuentan El Gran Cacao son de clase media. Otros son artistas, gente de cine, publicistas y de la televisión.

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Cualquier momento se pegan su vuelta por allí Los Corderos, el grupo de Sarao, alguna banda de músicos, un escritor medio famoso y extranjeros en busca de identidad y sabor guayaquileño. Buena música y buen trago le arreglan el día más imposible  a cualquiera. O como dice el chino Jaime, con buena música que venga lo que sea. Por eso quizá Mario Maldonado, cantante de La Tromba, asegura que una vuelta por El Gran Cacao siempre es obligación. O el decir de Wilson Paccha: Guayaquil y Cacao, siempre.