Ecuador aún no encuentra al hombre que haga los goles para poder ganar.

Un remate de Crespo a los 28 minutos desde el vértice derecho del área que tapó sin demasiado esfuerzo José Cevallos… Un pase frontal en apariencia sin peligro, al que la pericia goleadora de Crespo (desde fuera del área) transformó en el 1 a 0… Un tiro libre de Riquelme en el minuto 93 que acarició la melena de Sorín y alcanzó a besar el palo izquierdo del meta del Barcelona ecuatoriano.

Fueron las tres únicas llegadas de Argentina. Ninguna de las tres merece el rótulo de situación de gol, sino de aproximaciones. Hay que reconocerle al equipo albiceleste una mortífera eficacia.

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Pocas veces la remanida frase “ganó por la mínima diferencia” se ajusta tan gráficamente como en este desabrido, incoloro choque entre Argentina y Ecuador.

Que tuvo gusto metálico, sabor a clavo.

Esa mínima luz de ventaja está representada por el gol, que es un mérito. En especial porque fue fruto de un alto gesto técnico. Hay otro aditamento: los equipos grandes saben cómo ganar haciendo nada. Poseen el oficio, aprendido a través de un siglo.

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Igual que contra Brasil y Paraguay, Ecuador no fue inferior tampoco ante Argentina. Ninguno de los nueve equipos restantes ha mostrado en estas cinco fechas de la eliminatoria el ensamble de piezas, la claridad de ideas, el libreto tan bien aprendido y la armonía colectiva exhibidos por Ecuador. Sin embargo, tiene apenas 4 puntos, lleva tres derrotas en cinco jornadas y apenas ha marcado 3 goles. Mísera cosecha para tan buen funcionamiento.

Cuando el esfuerzo tiene recompensa cero sobreviene una sensación de vacío, la que tiene el hincha ecuatoriano, la que recorre el cuerpo de Bolillo, que tan bien ha trabajado; la que invade los corazones del futbolista, que sabe que jugó bien y se quedó sin nada.

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Ese hincha ecuatoriano que en asombroso número de 3.000 se llegó hasta la cancha de River y alentó a la camiseta, consciente de que no era malo lo que hacía. Estaba poniendo en problemas a Argentina en Buenos Aires. No es poco.

Esta misma sensación debiera imperar si al cabo de la competencia Ecuador queda fuera del Mundial. Cuando nos preguntaron en Guayaquil, durante un seminario, si creíamos en una nueva clasificación, respondimos: “Los milagros se dan una sola vez en la vida”.

Y lo explicamos. Pero la frase no fue debidamente comprendida. Va de nuevo: es muy posible que Ecuador repita una eliminatoria tan buena como la pasada, que desarrolle un fútbol sólido y efectivo como aquella vez. Eso dijimos. Y lo está haciendo. Lo dudoso es que el entorno se le presente tan propicio.

Chile ya ha demostrado que no será el último como en el 2001; Uruguay no perderá tantos puntos; Perú resurgió con la rebeldía de un Túpac Amaru; Venezuela se anotó de entrada con dos victorias y apunta para más; Paraguay mantiene su fútbol fuerte, con sabor a tabaco negro; Brasil y Argentina a la cabeza… El marco es más complicado.

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Y en el fuero interno falta algo: el gol. Para Corea y Japón, Agustín Delgado anotó nueve goles. Enorme cosecha. Y hubo tres de Kaviedes, dos de Aguinaga, dos de De la Cruz… ¿Quién hará esos nueve goles de Agustín…?

Una elemental, casi primitiva sentencia futbolera dice que los partidos se ganan con goles. Un principio derivado agregaría: Y al gol se llega con goleadores. Desde el génesis de este juego, el de los artilleros es el gremio más cotizado, el más buscado. En 1905, Inglaterra quedó escandalizada cuando el Middelsbrough, desesperado por evitar el descenso, pagó al Sunderland 1.000 libras esterlinas por el pase de su cañonero Alf Common. Fue la primera transferencia de la historia. Common cumplió: a fuerza de meterla adentro, salvó al Boro.

Ahí andan por el mundo miles de cazatalentos dando vueltas, olfateando, escudriñando a ver dónde encuentran un romperredes. Porque el gol no se aprende, se tiene, se lleva adentro.

Nadie entiende muchas veces porqué un magnífico delantero no puede sacudir las redes y en cambio un tosco número nueve mete goles que da gusto. Es inexplicable. Se trata de un don.

Argentina lo tuvo: don Crespo. Ecuador, hoy, no lo tiene.