Teóricamente, la educación fiscal es gratuita. Pero una cosa es la teoría y otra la práctica. “Una cosa es con violín y otra es con guitarra”. Porque los reglamentos facultan a los colegios y escuelas el cobro de valores por concepto de aportación “voluntaria”. Esto se cancela anexo a la matrícula. De modo que el Estado permite que los padres de familia asuman el pago indispensable para que los centros de estudios puedan funcionar. Esta especie de caja chica permite adquirir desde tiza hasta pupitres y computadoras. Además, hace posible el pago de honorarios a profesores que no figuran en el respectivo presupuesto.

Sin duda, la intención es buena, pero tiene sus fallas. La principal es la falla humana. Aunque la sensibilidad de unos pocos directores y rectores aplica tarifas diferenciadas –y hasta libera del pago a los menos pudientes– el resto no lo hace.

De modo que los días de la matriculación estudiantil constituyen un vía crucis para los jefes de familia.

Como para incrementar la difícil situación económica que enfrentan Juan Miseria y Rosa Multitud, numerosos sectores del Gobierno sufren en los días actuales un notable retraso en el pago de sueldos. Son millares los trabajadores que claman por sus salarios, condenados a orar en el muro de las lamentaciones.

En un clima espiritual y material tan hostil para el hombre común, conseguir el dinero necesario para la educación de los niños es como realizar un acto milagroso.
Y no se piense que hemos olvidado el capítulo de la lista de libros y otros materiales, que suelen costar el rescate de un rey.

Se precisa tener –además del dinero necesario– una visión cabal de la importancia de la educación, para no dejarse vencer por el desánimo. Para no acrecentar con los propios hijos la lista interminable de los desertores de la escuela. De los candidatos a ser carne de cañón del desempleo, la ignorancia y la miseria.

Un caso tanto o más lamentable es el de los padres que matriculan a sus niños, pero declaran pronto su incapacidad de cubrir los gastos originados por los estudios. Consideran que los estudiantes originan gastos irreversibles, en lugar de ser fuente de ingresos para el presupuesto familiar. En casos así, suelo sentir más hondamente la necesidad de poner nuevamente en vigencia la tan vital Escuela para padres.

Dejo constancia de los esfuerzos desplegados por la mayoría de las direcciones provinciales de Educación para impedir o remediar el cobro excesivo de las matrículas, con el pretexto de adquisiciones inexistentes. Ojalá que tengan buen éxito en sus empeños y que en el presente ejercicio no se diluyan sus esfuerzos.

Algo que debe iniciarse de inmediato es la aprobación de las listas de libros y otros materiales correspondientes a cada curso. Su oportuna y honesta aprobación cerrará el paso a los intentos de explotación al padre de familia, que han sido la nota más agresiva en años anteriores.