Menos niños podrán ir al colegio por la falta de recursos en las familias de pueblos peninsulares.

La voz del profesor Alberto Panchana de la escuela fiscal Eugenio Espejo, en Loma Alta, se pierde en el amplio y vetusto salón con pilares de madera apolillados, donde lo escuchan 14 alumnos de sexto grado.

Es sábado y los estudiantes no reciben clases, pero sí las indicaciones para la “graduación” que se realizaría esa noche. Todo el grupo aprobó la primaria y está apto para promoverse al séptimo año, es decir, ir al colegio.

Publicidad

Pero “pregunté y solo la mitad espera inscribirse en un colegio, el resto no puede”, dice Panchana. Con una mirada curiosa y vivaz, los dos mejores alumnos,  Tania y Aldo Tomalá, de 12 años, evidencian un deseo en común: estudiar en un colegio. Aldo asegura que sus padres le prometieron enviarlo al Técnico Santa Elena. Pero a Tania le asalta la duda: “No sé todavía si pueda ir ... no hay dinero para la casa”.

Junto a ellos permanece callado Alejandro Pozo, de 11 años. Su incertidumbre es mayor que la de Tania: “No sé si vaya”, se limita a contestar con un tono de frustración.

En cambio, Roberto  y José Gabriel Tomalá están muy firmes en su decisión: “No vamos a estudiar, vamos a trabajar en la cosecha”. Ambos se van a dedicar a sembrar tomate, yuca u otros productos que se dan en la zona, porque sus padres se los han pedido y porque ellos han entendido que sus familias no tienen recursos para enviarlos a estudiar a otros lugares apartados de Loma Alta, que no tiene colegio. El plantel secundario más próximo es el fiscal Valdivia, ubicado en el pueblo del mismo nombre.

Publicidad

Pero si en Loma Alta solo la mitad pretende continuar la secundaria, esa posibilidad desaparece totalmente a medida que uno se adentra más en el poblado. En el recinto Suspiro, a 20 minutos de Loma Alta en carro, dos horas caminando y media hora a caballo (cuando los caminos no están anegados por el río), hay una escuela con solo tres aulas.

Hay dos profesores, uno particular y otro fiscal. Allí se educan todos los niños del pueblo, pero cuando finalizan “ahí se quedan, así como pasó con nosotros que solo recibimos la primaria y nos quedamos aquí”, dice Antonia Rosales, madre de dos hijos, que no podrán ir al colegio “porque no hay dinero para que vayan a Valdivia”.

Publicidad

“El problema es el acceso, cuando el invierno es fuerte se buscan las partes más altas para salir y entrar, o sino salir amarrados con sogas por el río”, cuenta Máximo Torres, desempleado y con 10 hijos.