A la vida, a ese hermoso milagro que nos acompaña cada día, Paloma San Basilio dedicó el concierto que ofreció, el pasado jueves, en el Teatro Centro de Arte de la Sociedad Femenina de Cultura. La artista española, quien realiza una gira por Latinoamérica, brindó un show en el que compendió sus 30 años de carrera. En esa noche confluyeron sus canciones emblemáticas y otras menos conocidas, su fuerza vocal y su faceta de actriz de teatro musical. Y también su capacidad para comunicarse con un público que abarrotó el teatro pese a los altos costos de las localidades y que ávido de su voz y su presencia, la aplaudió con entusiasmo y coreó sus canciones.

Fernando de Río, intérprete quiteño que ofreció canciones de Nino Bravo, Dyango y Raphael, fue el encargado de inaugurar la noche, con una voz portentosa y una presencia escénica que arrancó del público frases como: “otra, otra”. Buen comienzo para una velada que le abrió los brazos a Paloma San Basilio. En medio de una coreografía de aire oriental, de armonía y paz, apareció la cantante, con una vestimenta negra y roja y una canción que dijo era una de las primeras que grabó. Y luego de eso un saludo. Un saludo largo, cálido, abrazador. Habló de la ciudad, que la encontró linda, y del cebiche, que, aseguró, es el mejor del mundo, y de la vida. De esa palabra que es luz. De inmediato vino Beso a beso y después Juntos. Para entonces, Paloma se había despojado de su larga blusa roja y con su ceñido traje negro se desplazaba por el escenario, junto con sus tres coristas, con quienes armaba coreografías.

Pronto llegó la canción que nunca falta en sus conciertos, No llores por mí Argentina, para la que utilizó una escenografía y un collar que le ciñó al cuello uno de los coristas, prenda de la que se despojó tras este tema. Aparecieron los primeros “bravo”, “bravo” de la noche y que se mantuvieron a lo largo del concierto, mientras en la pared del escenario se dibujaban una luna, un mar, el agua cristalina, las nubes, unos rostros; gente que ama, personas que necesitan ser amadas, seres que le rinden tributo a la vida, que exhiben sus manos limpias. Todo ello como telón de fondo para ilustrar los temas que Paloma interpretaba. Ella alzó sus manos, las mostró extendidas y el público siguió este gesto. Había comunión.

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Quizá esperanza.

Una pequeña ausencia del escenario sirvió para cambiar de traje. Apareció con una túnica celeste y ataviada de este modo protagonizó el momento más emotivo de la noche: su interpretación de El sueño imposible. Un homenaje con esa voz profunda, a las utopías, a los valientes soñadores, a los quijotes de todos los días. El público se puso de pie y escuchó de los labios de la artista una declaración de amor para América. Una canción de Juan Luis Guerra a todo ritmo y piezas como Perfidia tuvieron cabida antes de dedicar una parte del show a una de sus predilecciones: el teatro musical, en la que interpretó temas de varias obras. Pero la velada no terminó allí. Vino una caricia para los ecuatorianos: el popular Sombras, y luego una canción que la identifica: Por qué me abandonaste, con la que abandonó, definitivamente, el escenario.