El comandante general de la Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE), Ángel Córdova, afirmó ayer que la entidad está dispuesta a dialogar con las autoridades y la población del archipiélago de Galápagos sobre la resolución judicial que le otorgó a la institución militar la propiedad sobre la isla Baltra, del cantón Santa Cruz.

Durante una rueda de prensa, convocada por el propio Córdova, el comandante de la FAE expresó que se reunirá, el próximo 6 de abril, con los representantes de todos los sectores del Archipiélago para “juntos y en forma transparente buscar las soluciones para los más altos objetivos del país”.

La FAE y el Municipio de Santa Cruz se encuentran en litigio por la propiedad de la isla Baltra. Según la entidad militar, la isla está bajo su custodia desde 1946; en ella funciona un aeropuerto, bajo la administración de la FAE. El caso se tramita ante las autoridades judiciales de la provincia de Galápagos.

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El fin de la base Beta
José Olmos, redactor | ISLA BALTRA, Galápagos

Desde mediados de 1944 las actividades de los norteamericanos en la isla Baltra disminuyeron notablemente y los batallones comenzaron a salir, lo que se cumplió hasta el año siguiente. Solo se llevaron el armamento y pocos carros.

En la oscuridad del campamento de obreros ecuatorianos de la base Beta del Ejército de los EE.UU., en la isla Baltra, el silencio de una madrugada de mediados de 1943 se interrumpió con unos quejidos.

-Ayyy, me muero, ayúdenme, me muero– decía José Navarro, conocido por sus compañeros como Petita y de unos 30 años. Se retorcía, apretaba su estómago y vomitaba.

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Luis Cadena, quien dormía cerca a Petita y es uno de los sobrevivientes de los 1.500 ecuatorianos que sirvieron en Baltra a los estadounidenses, pidió ayuda de su colega obrero Samuel Estacio, pues él hablaba inglés y debía comunicar a los comandantes. El enfermo llegó al hospital  militar y murió. Los médicos dijeron que la causa era un misterio y alguien tenía que responder, en este caso Cadena.

Lo encerraron en un calabozo. Ahí, tres soldados que hablaban español le interrogaron durante unas cuatro horas. El obrero refirió lo poco que conocía. Él y sus compañeros veían, de lejos, cómo los militares se divertían en el Galápagos Service Club, tomaban cerveza y whisky y se entregaban al placer que les brindaban las mujeres traídas de Panamá. Los jornaleros no tenían acceso a ese centro, laboraban los siete días de la semana y no debían ingerir licor.

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La desesperación hizo que un grupo se las ingenie y elabore una bebida con extracto de Coca cola, café, ají y otros elementos. Brindaron, pero la alegría les duró pocas horas. Petita murió, otro colega quedó ciego y tres más sufrieron severos problemas digestivos.

El cuerpo de Petita se lo enterró en un improvisado cementerio que, señalado con piedras, aún se lo aprecia en el noroeste de Baltra. No hay tumbas de soldados porque si alguien moría por un accidente o enfermedad, inmediatamente su cuerpo se lo enviaba a su país de origen, en los aviones cargueros.

El Galápagos Service Club continúa en pie, hoy se lo conoce como casa de piedra. Su techo rojo brilla, las paredes de piedra volcánica están firmes, al igual que los pilares y ventanales. En el salón principal domina una barra de 40 metros en la que todavía están pegados los chicles que masticaban los clientes.

La muerte de Petita, que le costó una investigación a Luis Cadena, sirvió para que los comandantes autoricen el acceso de los obreros al servicio de comisariato, en donde se ofertaban desde hilos y agujas hasta electrodomésticos. Cadena fue uno de los primeros clientes ecuatorianos, compró una camisa Arrow en cuatro dólares (52 sucres con unos cuantos centavos). Eso significaba un día y medio de trabajo, pues el salario de 10 sucres diarios, a fines de 1943 llegó a 37,50 sucres.

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Otro percance de Cadena fue la caída de una plataforma. Se fracturó la tibia y ahora, a sus 86 años, siente un dolor intenso, por la prótesis. Era el 1 de marzo de 1944. El hombre tiene otra anécdota, los ecuatorianos solían pedir la comida hasta que rebosen los platos. Aquello disgustaba a los estadounidenses. Como alternativa, pedían poco, pero se repetían tres y cuatro veces.

A fines de 1943 y comienzos del año siguiente, el movimiento disminuyó en la base Beta. Había influido el hundimiento de cuatro portaviones japoneses, cerca de las islas Midwey, en su avance por el Pacífico, y otros golpes de los aliados, desde junio de 1942.

A mediados de 1944 se redujeron las operaciones aéreas y empezaron a abandonar algunos pelotones de militares. El sueldo de los jornaleros se redujo a la mitad. Eso influyó para que un sargento, cuyo nombre no recuerda Luis Cadena, propusiera a un grupo de ecuatorianos que se dedicaran a capturar langostas en las playas de Baltra, durante los fines de semana.

No se sabe cuántos se dedicaron a esta actividad pero Cadena capturaba hasta 50 langostas en un día. El pago era 25 centavos de dólar por cada una, o sea 12,50 dólares, que en esa época se cotizaba a 13,30 sucres cada uno. Las langostas las almacenaban y enviaban en los aviones de carga hacia algún lugar del mundo.

La desocupación siguió en 1945. Los estadounidenses solo transportaron, en aviones y barcos, el armamento y pocos carros. Las casas de madera, desarmables, usadas como villas por los oficiales, se las regalaron a los obreros ecuatorianos, quienes las reinstalaron en tres ciudades:  Puerto Baquerizo Moreno, Isabela y Puerto Ayora. Hasta ahora quedan cuatro en la primera población.

Los motores, plantas de luz, refrigeradoras y cientos de equipos usados fueron a parar en el mar adyacente o están enterrados en la misma isla. Cadena estuvo en esos entierros. En las fosas excavadas por tractores se depositaban los implementos, se colocaba una capa de piedra, otra de alambre de púas y se volvía a taponar. Hoy quedan el recuerdo y pocas ruinas.

Luis Cadena, quien tiene 6 hijos, 29 nietos, 36 bisnietos y 3 tataranietos, afirma que su deseo es que Baltra no vuelva a ser una base militar.