Símbolos de yin-yan (gráficos asiáticos), soles incas, estrellas, corales combinados con  la melodía de musicales de Bob Marley, Cat Stevens, Papa Roach, Blink 182, blues y techno, son los elementos que integran una moda frenética que no se ve, pero que forma parte del trasfondo de un deporte radical como el surf, multiétnico, en el que no existe la discriminación y que tiene  como su única religión y verdad la de doblegar las fuerzas de las olas.

Diferente a todos los deportes, el surf se puede caracterizar por varios elementos flotantes que llenan a sus practicantes, que en este Mundial han llegado desde muy lejos para mostrar cómo son los tatuajes pintorescos que han llamado la atención del público de todas las edades.

El sinónimo de surf no es precisamente en estos tiempos la música reggae, ahora se han incorporado  otras tendencias, como muestra el surfista argentino Martín Passeri, quien quiso inmortalizar su pasión por las olas con un tatuaje debajo de su abdomen que dice armonía, adornado por el yin-yan. Para el argentino solo tiene un significado especial: un homenaje al mar, su pasión de toda la vida. Para él eso es una marca personal.

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Los  gustos musicales no entran en competencia, ya que los éxitos  de los cantantes colombianos Carlos Vives y Shakira juegan un papel importante antes de cada competición para la peruana Sofía Mulanovich. Para ella la época del surf con raíces jamaiquinas es un buen precedente, pero las tendencias cambian.

La mexicana  Jannina Arce muestra sin desparpajos un sol que tiene en la cintura.  Ella no es surfista, pero trata de contar la historia dolorosa en su creación mientras conversa con Heifara Tahutini y Hira Teninatofa.

El ambiente en la playa se siente más aprisa. Entre los surfistas salen sus diferentes gustos. Leo Arangozhi mueve su cabeza hacia delante,  al mismo tiempo que su pie izquierdo, con ritmo,  por la potencia de la música industrial que tiene muchos seguidores en toda Europa. Si para Arangozhi esta clase de ritmos electrónicos le brindan concentración antes de competir, el jazz fussion del argentino  Martín Passeri es la calma cuando el mar se encuentra “picado”, según  reconoce él.

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Es cuestión de gustos, así lo entiende Geovanni Perini, de Costa Rica, quien a sus 16 años intenta revivir al difunto líder de la agrupación alternativa Nirvana, Kurt Cobain, cuando escucha sus canciones.

Nuevamente los ojos de los turistas se desvían para observar un tatuaje escondido en el tobillo izquierdo de Cherainne Laysons, de Barbados; es diminuto frente al gran indio de Tahití que cubre parte del brazo y hombro derecho  de Mateo Rojas. Sus intensos colores verde y rojo le dan un toque de misterio.

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El ritmo en la playa es contagioso, mientras se desarrollan las competencias. Una alegre y pegajosa melodía es la que genera Patrick Ariitea Laux, de Tahití, al entonar su ukulele (guitarra tahitiana), con la que ambienta los momentos previos de una competencia. Al ritmo de las palmas Ariitea sonríe, levanta los brazos tatuados con figuras ancestrales de su país.

El colorido mundo del surf gira en torno de una cultura alternativa que al igual que una fuerte ola arrastra seguidores que intentan imitar a los tablistas que visitan Ecuador por el Mundial de este deporte, colocándose tatuajes temporales en brazos, espalda y hombros, que escuchan la misma música, pero que todavía no dan el primero y principal paso, surfear.

Sin embargo, en los aficionados las formas de vestir, la música que escuchan, las formas de hablar o las señales que utilizan son referentes que se van quedando en los que asisten al Mundial. Ellos se ven reflejados en esa tendencia que origina el surf en el mundo.

A los tablistas no les importa como lucen con los tatuajes, ni la discriminación por la música que escuchan. Para ellos es una cuestión de identidad.

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