El estado calamitoso de los afroecuatorianos, del indio serrano o de los pueblos de la Amazonia, se debe –entre otros motivos– a la supervivencia de esos prejuicios étnicos absurdos.

Parte del problema es la arraigada costumbre de utilizar el término “cholo” despectivamente, como sinónimo de “malo” y “de inferior calidad”.

La palabra se la utiliza con esa connotación incluso en sectores sociales con mayor acceso a la educación, que deberían distinguirse por el uso medianamente cuidadoso de su lenguaje.

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Cholo es, sobre todo, el pueblo pescador del Litoral ecuatoriano. Según descubrimientos arqueológicos recientes, sus antepasados quizás estuvieron entre los primeros en descubrir la agricultura en América; solo después se difundió desde aquí ese conocimiento a otras regiones. ¿Cómo no sentirnos orgullosos de que ese pueblo sea parte de nuestra cultura?

Caben estas reflexiones justo ahora, cuando acaba de celebrarse el Día Internacional de la Eliminación del Discrimen Étnico, sin que lo hayamos aprovechado para seguir extirpando esa ridícula manera de hablar.