En estos días se está recordando el primer año del inicio de las operaciones bélicas en Iraq. Miles de manifestantes se han tomado las calles de varios países, especialmente europeos, para expresar su repudio a esta decisión. Se repudia la guerra, los muertos, la violencia. Se proclama a la paz y el diálogo como los mejores caminos para solucionar desacuerdos. Y está bien que se lo haga. Sin embargo, no deja de llamar la atención que cuando el dictador Hussein asesinó a más de un millón de iraquíes, especialmente kurdos, nadie salió a protestar por las calles. Las pocas voces que lo hicieron –Amnistía Internacional, una de ellas– recibieron escasa atención. Probablemente tampoco habrá ninguna manifestación pública en Europa para celebrar el primer aniversario de la caída del régimen de Saddam, y mucho menos el de su apresamiento.

Iraq sigue, en definitiva, ocupando el epicentro de nuestra acelerada historia. Un año después, Hussein ya no está en el poder. Cierto es que no había tenido las buscadas bombas de destrucción masiva. Pero ya no lidera el gobierno de Iraq. Y eso es bastante.

Las fuerzas políticas, étnicas y religiosas de Iraq hace poco dieron un ejemplo de madurez política –que ni la soñamos en Ecuador– y suscribieron una nueva Constitución (discutida por meses) que regirá interinamente dicha nación con miras a elecciones directas. Por primera vez se reconoce que los ciudadanos tienen derechos fundamentales por encima del Estado; se garantiza la igualdad de sexos; se acepta que el Islam será una de las fuentes de derecho, no la única; se instituye la independencia de la judicatura; así como la alternancia en el poder y la responsabilidad de los mandatarios.

En lo que va del año ya se han organizado 250 concejos municipales que rápidamente se preparan para designar al gobierno central interino que entra en funciones el 1 de julio próximo. ¿Podrá crecer en Iraq el árbol de la democracia? ¿Podrá sobrevivir a la presión terrorista que se empeñará en destruirlo? ¿Qué efectos tendrá en el Medio Oriente, especialmente en su vecino Irán, si mal o bien comienza a funcionar la democracia en Iraq? ¿Se vendrá abajo, entonces, aquello de que la democracia liberal es incompatible en sociedades dominadas por el Islam? (A propósito, los electores de Malasia, el país con la mayor población islámica de Asia, acaban de derrotar en las urnas al partido fundamentalista islámico opositor).

Estos son los reales desafíos que enfrentan tanto de Washington como de Europa. Abandonar al Medio Oriente en manos de extremistas y dictadores en un mundo globalizado, sería simplemente un suicidio. Es una tarea que, sin embargo, no podrá alcanzar sus objetivos si, por una parte, Washington insiste en actuar unilateralmente, y Europa, por su lado, insiste en minimizar el uso de la fuerza. Ambos tendrán que ceder.

Frente al terrorismo lo último que se debe hacer es salir corriendo, pues eso es precisamente lo que gente como ETA o Al Queda buscan. Pronto Rodríguez Zapatero caerá en cuenta de esto.