La condolencia y solidaridad ante el dolor del prójimo son cualidades que el ser humano no ha perdido y que se han hecho presente, una vez más, en la última tragedia causada por la violencia terrorista, que pretende minarnos a través del pavor, la impotencia y el miedo a perder la vida. Y ese será su mayor triunfo, si lo logra, como ya lo escribí a raíz del 11 de septiembre.

Se han realizado multitudinarias reacciones de indignación y rechazo; se ha llorado y lamentado frente a las pantallas de televisión en los hogares y también ha habido indignación por la falta de sensibilidad y respeto al dolor de las personas involucradas, de parte de ciertos entrevistadores.

Esta monstruosa acción, que se presume sea una venganza de los grupos terroristas islámicos, recalca una lección muy dura que los seres humanos no terminamos de aprender: “la violencia engendra violencia”, de cualquier intensidad, forma, estilo y grado que sea.

La venganza, la ira, mezcladas con el dolor por las pérdidas irreparables de los seres queridos, pueden alimentar las ideas y acciones de violencia para reprimir estos ataques. ¿Ha dado resultados esa política hasta ahora?

Aumentar los controles policiales para garantizar la seguridad es una respuesta aceptable, pero vivir en la paranoia de la destrucción y peligro de muerte no es la forma digna de vida que los seres humanos merecemos... Sin embargo, son millones de personas que han aprendido a sobrevivir en medio del terror, sin ir muy lejos, nuestros vecinos colombianos...
 
Crecer en la adversidad es otra de las cualidades humanas y que no siempre la desarrollamos. Levantarnos a pesar de los golpes, razonar en medio de la confusión, conquistar la serenidad en medio de la locura. Seguir amando a pesar del odio, valorar la vida y cada instante que nos regala a pesar de las heridas y los vacíos...

No podemos claudicar y dejar que nuestra fuerza interior ceda ante quienes intentan arrancarnos la vida física. Tenemos que estar muy atentos para luchar permanentemente contra todos aquellos otros males que nos arrebatan la salud espiritual.

¿No es tal vez peor vivir arrastrando un espíritu enfermo, con el alma envilecida por la maldad, hundidos en el vicio y la corrupción, el egoísmo, materialismo, discriminación, la vanidad y mentira, que estar físicamente muertos?

Tenemos que conservar la cordura para seguir luchando contra las formas solapadas de terrorismo: el hambre, la injusticia, el abuso, la deshonestidad, el engaño, la discriminación, la ignorancia, la falta de empleos, la ausencia de valores y principios y más, que también causan pérdidas irrecuperables.

Son muchos frentes abiertos a combatir como para permitirnos el lujo de ser pesimistas o declararnos vencidos por este impacto del 11 de marzo, y peor aún ampliar la espiral de la violencia con soluciones violentas.

Que esta dura y trágica experiencia afiance en nosotros un compromiso activo con una cultura de paz y sea una oportunidad de crecer en la adversidad, reafirmando valores y actitudes de defensa de nuestros derechos y respeto a los derechos de los demás.