¿Por qué Jesús, para salvarnos, tuvo que morir? ¿Es que Dios Padre exigía al hombre una reparación? Dios, que es Padre, no necesita ni se solaza con el sufrimiento humano; no es mejor por nuestras buenas obras, ni menos grande por nuestros pecados. Dios, en cuanto Dios, no es tocado ni ofendido por nuestros pecados; en consecuencia. Dios no tiene de qué perdonarnos.
Una imagen puede ayudarnos a vislumbrar el porqué de la muerte de Jesús. Un hierro torcido necesita ser puesto en el fuego para hacerse maleable y necesita ser golpeado por el herrero para ser enderezado; la necesidad de fuego y de golpes no viene del herrero, sino del hierro. Cristo asumió en el seno de María nuestra humanidad, la de todos los pueblos y de todos los tiempos; pues la asumió con la plenitud que tiene por ser Hijo de Dios. La asumió retorcida por el pecado; sin ser pecador, se hizo pecado, como dice Pablo (2 Cor. 5,21).
Para hacerse maleable y ser enderezada, la humanidad necesita ser golpeada en el yunque del dolor y de la muerte. La exigencia no viene de Dios, viene de la deformación causada por el egoísmo, que llamamos pecado. Cristo, al asumir nuestra humanidad, aceptó ser puesto bajo el yunque del dolor y de la muerte, para reorientarla hacia el amor. La muerte de Jesús es escándalo para la fe de los judíos y locura para la ciencia de los griegos (1 Cor. 1, 18-23). Para seguir vislumbrando la entrega de Dios al hombre en la muerte de Jesús, miremos la justicia desde la perspectiva del perdón y no el perdón desde la perspectiva de la justicia. La persona que no ha padecido la injusticia cometida, nada tiene que perdonar; perdona el ofendido. El pecado-egoísmo no hace daño a Dios, sino a la creación, cuyo centro es la persona humana, que pierde su bondad, es decir, su semejanza y cercanía con su fuente que es Dios. Como la bondad de la creación, dañada por el pecado, no puede ser restaurada adecuadamente, desde afuera, solo por un decreto, Dios, por amor, quiere ser afectado por el pecado, para poder perdonar.
Dios-Hijo asume nuestra humanidad en el seno de María y así, en la humanidad de su Hijo, Dios es afectado y puede sufrir y morir. El sufrimiento y la muerte se explican por el amor misericordioso de Dios, no porque exija al hombre restauración del daño causado. Dios, por el hecho de ser amor infinito, por ser donación sin límites, sin otro interés que el bien del amado, en su plan de la creación del hombre incluyó desde siempre, por un lado, el dar existencia a la persona humana con libertad, o capacidad de hacerse y deshacerse, no como máquina, ni como animal guiado solo por el instinto; y, por otro lado, el poder perdonar desde dentro, como ofendido, gracias a la Encarnación y la muerte de su Hijo en cuanto hombre.