Muchos artículos y opiniones se escribieron en prestigiosos medios de comunicación especializados norteamericanos luego de los escándalos financieros que involucraban a la crema y nata de su sector financiero. Siguieron los análisis luego de los estrepitosos problemas de los gigantes como Enron, World Com y Tyco. De todos estos escritos, dos se diferencian de los demás y se destacan por aportar un punto de vista totalmente distinto. El ángulo era el siguiente: para preservar el sistema capitalista, son necesarias la ambición y la codicia. El equilibrio perfecto, por supuesto, se da cuando estas características están presentes hasta el límite exacto de no afectar a terceros, pero, definitivamente, debe existir la libertad en el sistema para que ambición y codicia estén presentes incluso en su máxima expresión, ya que esto provoca que el mismo evolucione, se produzcan nuevos mecanismos y mejores balances se desarrollen. De hecho, estos editoriales van más allá y no ven solamente como un mal necesario estos deslices del sistema, sino que los ven como beneficiosos.

Difícil es la argumentación a favor de esta postura. Difícil es también encontrar el equilibrio perfecto entre un marco regulatorio adecuado sin coartar la iniciativa privada. No es nuestra intención en este momento analizar si estamos o no de acuerdo con estas posturas extremas. Lo importante es ver la motivación de quienes argumentan, que solamente demuestra lo importante que es para ciertas culturas la defensa del mercado libre, es decir de la libertad, hasta el punto de preferir peligrosas desviaciones, a las aberraciones que causan los controles.

En Ecuador vemos debilitado cada vez más al sector privado. Ni siquiera sus gremios intentan  al menos de forma coherente  incentivar la libre empresa, ya que de hacerlo, comenzarían por el principio, por buscar la no obligatoria afiliación de sus miembros. Una sana cultura empresarial defiende el concepto de negocio en marcha. Defiende también la total libertad de ofrecer bienes y servicios y escoger a quien demandarlos, y promueve la iniciativa privada. Aquí, nada de esto es cierto. Si la AGD en sus inicios hubiera privilegiado el concepto de negocio en marcha, algunas empresas siguiesen operando, bajo control del Gobierno, pero operando. Si los legisladores entendieran la importancia de mantener los negocios en marcha, tuviéramos una mejor ley para los concordatos. Si la burocracia entendiera la importancia de incentivar la iniciativa privada y permitir la libre oferta y demanda, probablemente ya nuestros combustibles serían importados, de mejor calidad y a menores precios, quizá a base de alcohol, y estuviéramos presenciando la venta y no la convocatoria a ofertas de administración de las telefónicas.

En Ecuador la iniciativa privada no se desarrolla gracias al sistema, sino pese al sistema. Podemos discutir en el Congreso sobre todas las tonterías ideológicas que podamos imaginar, pero lo paradójico es que siendo nuestro marco empresarial regulado en extremo, no se logra ni lo uno ni lo otro. Los Enron criollos se ven por doquier pese a las regulaciones. Ya tenemos años de experiencia para podernos responder esta pregunta: ¿Qué es preferible, un mercado imperfecto o un gobierno imperfecto?