Durante los cortos días que nos parecieron larguísimos en que nuestro Presidente estuvo en Colombia, aquí nuestra existencia transcurrió sin brújula, sin norte, sin derrotero. ¡Qué suerte que regresó! Y qué suerte que se fue, también, porque si no se iba no hubiéramos sabido que es un líder latinoamericano, como le dijo el Uribe.

O sea que mientras a nosotros nos hizo muy mal su ausencia, a él, en cambio, le hizo muy bien porque hasta le condecoraron con la Orden de Boyacá; pero como a él le gusta irse a todas partes y no solo acá, en el próximo viaje está de que le condecoren más bien con la orden de Boyallá.

Además, los colombianos, que son buenísimos, le concedieron un doctorado honoris causa en Administración de Empresas, una manera de reconocer que nadie como él maneja con enorme solvencia la empresa familiar que da mucho empleo a la familia Gutiérrez y crea en su seno mucha mano de obra.

Lo más positivo del viaje fue que nuestro líder latinoamericano y su esposa, la lidereza, van a quedar hechos unos cromos con los trajes que se mandaron a hacer para el matrimonio del príncipe Felipe: él, un frac con pedú de solé francés y ella, un terno sastre color turquesa sin pedú. Verán nomás que después de eso les declaran a ambos entre los diez mejor vestidos de todo el Plan Colombia. ¡Qué orgullo!

Lo único malo es que, apuradísimo, al irse nuestro líder latinoamericano se olvidó de encargar el poder. ¡Qué bestia! No pues qué bestia el líder latinoamericano, sino qué bestia lo que sufrimos por no tener jefe de Estado durante esos días que se nos volvieron interminables.

Imagínense que al irse, nuestro líder latinoamericano dijo que los militares que ocupan cargos públicos debían renunciar y retornar a sus funciones específicas. Bueno, no lo dijo así porque él nuabla tan bonito, pero más o menos. Entonces todos nos alegramos, menos los militares que ocupan cargos públicos y que, al renunciar, dejarán de ganar su doble sueldo: uno por militares y otro por públicos.

Tonces, como en ausencia del líder latinoamericano no había quién lo reemplace, tomó su lugar su hermano Gilmar, el vicepresidente ejecutivo de la empresa familiar honoris causa, y dijo que las palabras de su hermano habían sido mal interpretadas y que los militares no saldrán de sus cargos, sino que serán evaluados para ver si cumplen los requisitos para ocuparlos.

¡Elé!  Por eso el líder latinoamericano se encontró, a su regreso, que como Gilmar ya había dado la orden, él tenía que olvidarse de lo que dijo y decir que sí: que los militares seguirán en sus cargos. Y ya. ¡Mucho líder es nuestro líder latinoamericano!