Fonemas, sonidos, no son ni buenos ni malos. Enunciados en tal o cual país, cambian de significado. Nelson Ned se reía a mandíbulas batientes cuando leía en avisos clasificados “vendo buseta de poco uso”, pues en Brasil aquel vocablo define un conducto membranoso, fibroso, más conocido como “vulva”. A una amiga mía llamada Josefa, la llaman “Chepita”, lo que también me asombra. En cuanto al sinónimo censurado de mayor uso, es simplemente femenino de chucho. Alude, según el país, a la perra sin pedigrí, la pereza o la borrachera. Todos sabemos que el verbo “coger” adquiere en argentino ribetes de atrevido cachondeo. Del latín pectinuculus deriva “pendejo”, refiriéndose la palabra al vello púbico.

Las funciones fisiológicas elementales suelen rimar con alegría, terror, sentimientos reprimidos. Mearse, cagarse de la risa revelan un severo descontrol intestinal o vesical. En determinadas circunstancias, ciertos individuos llegan a experimentar flatulencias, las que van disparando al compás de sus carcajadas. Nacen aquellos “estrépitos y marciales fragores” de los que habla Víctor Hugo al describir la batalla de Waterloo. Se desgonzan los esfínteres, desquícianse los músculos anulares. Los españoles, malhablados de peso, evacuan o defecan en tópicos consagrados, símbolos relevantes, banderillean con entusiastas expresiones taurinas, siendo campeón de la procacidad el inefable Camilo José Cela, cuyo Diccionario secreto es mina de eróticos neologismos.

Quienes se ofenden por las llamadas “malas palabras” ven sin escrúpulos un reality show, llámese ‘Tormenta del Desierto’, ‘Operación Bagdad’ cómodamente instalados en su butaca, pulsan el mando a distancia de la grabadora para reprisar su legítima indignación si aparece la teta jacksoniana.

No se puede gritar “¡Viva Eloy Alfaro! “ sin acoplarle el consabido carajo. La mayoría de los usuarios ignora que la palabreja de marras se refiere al miembro viril. Podríamos volver al preciosismo del siglo decimoséptimo, la hipocresía de la era victoriana empecinada en esconder las patas de los pianos para evitar malos pensamientos. Podríamos reemplazar la burda pregunta de la chusma relacionada con la anatomía materna por una perífrasis exquisita. “ ¿Cómo se halla el órgano reproductor de su señora progenitora?”.

El eufemismo permitiría suavizar la cruda noticia. En vez del kamikaze (significa viento divino) despachurrado en Bagdad o Jerusalén, descubriríamos al muchacho “accionando el dispositivo original que provoca un súbito vacío periférico”. Les aseguro que frente a la masacre perpetrada en Madrid no tuve ganas de exclamar “¡Virgen purísima!”. Jamás aceptaré la muerte de un inocente. Los gobiernos impávidos contemplan la desaparición de la capa de ozono. El espectro del hambre queda postergado para futuras generaciones. “Después de mí, el diluvio” decía Madame de Pompadour.

La riqueza de una cultura también se advierte en sus palabrotas. Las películas norteamericanas muelen el poco creativo fucking, mientras las novelas de Cela se solazan entre hallazgos hilarantes. Por más que reúna en un solo párrafo las palabras más altisonantes del diccionario, quedarán pobres frente a vocablos tan blancos como hambre y violencia. “Podemos conocer la conciencia de un ser humano a partir de los motivos que la indignan” (Barthes).