El jueves 11 del presente mes nos despertamos con la fatídica noticia de la explosión de bombas incendiarias en tres trenes en Madrid, España, causando el trágico saldo de más de doscientas víctimas y más de mil heridos entre graves y leves, contándose entre los fallecidos a algunos ecuatorianos quienes, como casi todos los pasajeros, se dirigían a su trabajo respectivo. Tal masacre ha merecido el rechazo de todo el mundo civilizado con entrañas de humanidad.

Millones de españoles, en algunas ciudades de la península Ibérica, han salido a repudiar tan horrenda y sangrienta desgracia que enluta no solo a los familiares de los difuntos, sino a España y a  todos los que nos sentimos con el sello de la cristiandad, que siguiendo el consejo de San Pablo Apóstol hemos llorado y lamentado por aquel acto de terrorismo. En algunas naciones  los jefes de Estado se han hecho presentes para dar fraterna condolencia, a nombre de sus países, al Rey y al Presidente españoles.

En ciudades y pueblos católicos se han celebrado misas por el sufragio de las almas de aquellos hermanos fallecidos, que cual inocentes holocaustos han ofrendado sus vidas en aras de la paz y de la fraternidad mundial. No importa el nombre de la organización a la que se pueda atribuir tan terrible delito de lesa humanidad; lo que interesa es que los jefes de las potencias mundiales reflexionen detenidamente y mediten en lo que ha manifestado tantas veces Juan Pablo II, que los problemas sociales y políticos no se solucionan con la violencia.

Pues, la violencia trae violencia y nunca obtendremos la paz ni dentro de nosotros mismos, ni en la sociedad ni en la patria. Solo el amor de Cristo nos salvará, porque solo el amor cristiano engendra la justicia, la paz y la libertad auténticas. Para pensar y obrar de esta manera es preciso vivir junto a Cristo, que con toda verdad exclamó: “El ladrón únicamente viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10,10).

Mas, no debemos mirar en las catástrofes naturales ni en las desgracias provocadas por ciertos malévolos hombres un castigo de Dios, sino un aviso para corregirnos, convertirnos y para sentirnos siempre en manos de nuestro Padre celestial. Por eso Jesús, respondiendo a los que fueron a contar que Pilato había mandado a matar a unos galileos, les hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no y si ustedes no se arrepienten perecerán de manera semejante” (Lucas 13, 1-5).

Dura es esta palabra de Jesús; pero así como en el discurso del pan de vida, narrado por Juan en su Evangelio, casi todos los que acudieron a escucharlo no comprendieron que el Maestro estaba anunciando la institución de la Eucaristía, y solo quedaron sus doce discípulos, así también muchos no quieren ver en las tragedias, físicas o morales, al Padre amoroso que los llama a su lado. Oremos con fe por la conversión de aquellos que provocaron la masacre en Madrid, pues no saben lo que hicieron, no saben que han matado al mismo Jesucristo, supremo amor, que vence al odio y la venganza.