¿Es mucho pedirle a nuestra dirigencia política que designe un contralor independiente? Parecería que sí. Cada grupo parlamentario desconfía de los demás y por eso todos han llegado a aceptar que se mantenga el statu quo actual, esto es, que sigamos con un contralor encargado que, al no tener peso propio, no hace olas en ninguna dirección.

No deberíamos perder de vista que este fenómeno no es casual ni pasajero: obedece a la existencia de un sistema perverso de manipulación de algunas instituciones del Estado como armas para destruir enemigos políticos.

Hemos caído tan bajo por esa pendiente que ya no son solo algunos jueces: también se incluyen, en ese sistema, fiscales, diputados y funcionarios de las instituciones de control.

Publicidad

Hoy nadie está libre de esa maquinaria de persecución política, excepto quienes la manejan.

Por eso, aunque no justificamos de ningún modo la no designación del contralor, entendemos que sí hay motivos distintos para que los congresistas aplacen cualquier decisión al respecto: unos se están protegiendo de que no se organice una caza de brujas, con dictámenes del fiscal prefabricados y con sentencias judiciales dictadas por teléfono; otros, en cambio, se están protegiendo de que no se destape la olla podrida en la que encierran los secretos de su gestión pública.