Un año después de la invasión de Iraq, la  reconstrucción de ese país sigue sin materializarse, la producción petrolera no  se recupera y los inversores se mantienen alejados, debido a la ausencia de  seguridad y de instituciones reconocidas internacionalmente.

La Organización de las Naciones Unidas  fue golpeada con un brutal atentado que acabó con la vida de 22 personas  en agosto del año pasado, incluyendo uno de los funcionarios de más alto rango en el mundo, el brasileño Sergio Vieira de Mello, lo que dañó el ánimo de la organización, que ya entonces atravesaba una importante crisis de credibilidad por la brecha que abrió la guerra en el Consejo de Seguridad. Defensores y detractores de la invasión de Iraq escenificaron en la sala del Consejo uno de los enfrentamientos diplomáticos más tensos de los últimos años, ante la incapacidad de ponerse de acuerdo sobre la necesidad de usar la fuerza para “desarmar” al régimen de Saddam Hussein.

A pesar de que Iraq  dispone de las reservas de petróleo más importantes del mundo, después  de las de Arabia Saudita, su producción no se ha recuperado.

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La explotación de la riqueza petrolera es perturbada por los atentados  cotidianos contra las instalaciones petroleras, principalmente oleoductos. Pese a las múltiples conferencias internacionales organizadas por Estados  Unidos en Londres, Dubai, Amán o Kuwait, para intentar atraer a las empresas  extranjeras a Iraq, estas vacilan en enviar personal a un país donde los  atentados son casi cotidianos y trabajar para los extranjeros representa un  peligro.

El espectacular incremento de las compañías de seguridad privadas, que  prosperan en Bagdad desde el fin de la guerra, constituye un reflejo del  creciente clima de inseguridad que prevalece en Iraq desde la ocupación.

El Congreso estadounidense ha desbloqueado miles de millones de dólares  para la reconstrucción de Iraq, pero los raros contratos atribuidos hasta ahora  por la Autoridad Provisional de la  Coalición (APC) conciernen proyectos  localizados y de montos reducidos.  En su gran mayoría han sido atribuidos a grupos estadounidenses, en  conformidad con la decisión anunciada por Washington en diciembre pasado de  excluir de las licitaciones a países que se opusieron a su intervención  como Canadá, Francia y Alemania. Los proyectos más importantes están en manos de las corporaciones  estadounidenses Bechtel y Halliburton(vinculada al vicepresidente norteamericano Dick Cheney). Las empresas extranjeras tuvieron acceso  solo a subcontratos, que recaen frecuentemente en firmas poco conocidas, que  lograron convenios de poco monto.  Entre las firmas de Gran Bretaña que están en Iraq  figuran el banco Standard Chartered  y el grupo de trabajos públicos Amec. Amec –que fue seleccionada  para participar en la renovación de  la infraestructura eléctrica, junto con el estadounidense Flúor– solo ha  desplegado hasta ahora en el terreno a media docena de personas.