Un reportaje publicado por este Diario ha dejado constancia de que el criterio ciudadano sobre el posible voto militar está dividido. Se advierte sin embargo una mayoría en los miembros de la Legislatura, que consideran peligrosa su politización.
Guillermo Landázuri, presidente del Parlamento, advirtió sobre el riesgo de que puedan los cuarteles devenir en comités de candidatos y contribuir al debilitamiento de las Fuerzas Armadas.
Otra razón de mucho peso que esgrimen amplios sectores es que los militares, por esencia, tienen la condición de obedientes. De aprobarse la reforma planteada por el presidente Gutiérrez, pasarían a ser deliberantes. Eso será posible solo mediante una reforma de la actual Constitución.
Tal cosa daría lugar a que la fuerza armada tenga, al mismo tiempo, la calidad de garante de los comicios y de participante en los mismos. Estaría sujeta a las presiones y los avatares del ejercicio político. Caminaría en el filo de un cuchillo.
Perdería la independencia y el espíritu democrático que hasta hoy son sus características.
Quien escribe estas líneas considera incompatibles el gobierno de un país y el ejercicio simultáneo de la tarea castrense. Basta revisar las páginas recientes de la historia de América Latina para conocer los excesos cometidos por algunos gobernantes que provinieron de la fuerza pública. Verdad también que existen honrosas excepciones; pero sirven solo como puntos de referencia.
Comparto el criterio de algunos analistas políticos en el sentido de que, tarde o temprano, los hombres de uniforme alcanzarán el alto nivel de desarrollo que les permita conquistar el derecho al voto, sin dudas el mayor y más deliberante ejercicio de la democracia.
Por otro lado, y sin pretender convertirme en abogado del diablo, considero que para el criterio mayoritario en contra del voto castrense influye la circunstancia de que el promotor del proyecto de reformas jurídicas es precisamente un militar al mando del Gobierno, que ha ubicado en puestos clave del mismo a varios compañeros de oficio.
Si las cifras no mienten, y si el sentir de los legisladores continúe igual, no tendremos el voto castrense, al menos en futuro inmediato.
Tiene mucha razón el refrán que dice: “No por mucho madrugar, amanece más temprano”.