Es una obra que recopila frases  expresadas por el escritor -fallecido en febrero del 2003- en diferentes etapas de su vida. La editó Alfaguara. En esta página se muestran  algunos de esos textos. “Soy, me siento y he sido guatemalteco, pero mi nacimiento ocurrió en Tegucigalpa, la capital de Honduras, el 21 de diciembre de 1921. Mis padres, Vicente Monterroso, guatemalteco, y Amelia Bonilla, hondureña; mis abuelos, Antonio Monterroso y Rosalía Lobos, guatemaltecos, y César Bonilla y Trinidad Valdés, hondureños. En la misma forma en que nací en Tegucigalpa, mi feliz arribo a este mundo pudo haber tenido lugar en la ciudad de Guatemala. Cuestión de tiempo y azar”.

Este es uno de los fragmentos que se encuentran en el libro Monterroso por él mismo, editado por el sello Alfaguara, en el que se revela el pensamiento y la vida del escritor guatemalteco Augusto Monterroso, autor, entre otras obras, de El dinosaurio, texto que es considerado el cuento más corto de la historia, de apenas siete palabras:  “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Para armar este volumen, de 136 páginas, Alfaguara tomó como fuentes las obras del escritor y entrevistas que le hicieron en vida estudiosos de la literatura como Wilfrido H. Corral, Jorge Rufinelli, R.H. Moreno Durán, entre otros.  Monterroso falleció en México, donde residía, el  7 de febrero del 2003, a los 81 años.

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La infancia, la adultez, la familia, el exilio, las lecturas, la creación literaria, las ideas políticas, los miedos, las certezas. Todo está compendiado en este libro, en el que no hay intermediarios, ni intérpretes. Es el propio Monterroso el que habla en primera persona. Están él y sus vivencias. Él y sus convicciones. Todo ello permite construir un retrato de este hombre del siglo XX, uno de los grandes autores latinoamericanos.

“Siempre me ocurrió que la gente que me rodeaba, no sé porqué, deseaba que yo fuera escritor. Suponía que era capaz de serlo y creo que por esa creencia de los otros me metí en todo esto. Yo, que no tenía ninguna vocación y que prácticamente no la tengo, me fui entregando a la literatura solo para complacer a mis amigos. Ellos sí, para que veas, deseaban ser escritores”, confiesa Monterroso en la página número 19.

En la 74, señala  que su producción literaria no se ha circunscrito a aforismos o a fábulas. Sin embargo, afirma, “a los críticos, siempre distraídos, les es más cómodo leerme a la carrera y dar la idea de que siempre escribo cosas de una línea como El dinosaurio. En todo caso, me aterroriza la idea de que la tontería acecha siempre a cualquier autor después de cuatro páginas”.

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Monterroso prefiere llamar compasión a lo que otros designan como ternura. Para él, la compasión es el sentimiento más profundo ante la miseria humana. “No creo haber escrito nada, ni una sola línea, que no nazca del sentimiento, principalmente el de la compasión. La inteligencia no me interesa mucho”, acota.  Refiere que dudaba de su inteligencia. De lo   que nunca dudaba era  de su capacidad de vivir, de recibir de la vida lo que le ofrezca, y de responder a ello emotivamente: con tristeza, con alegría o con dolor. Pero la literatura, como se sabe, no se hace solo con emociones,  lamenta.

Con cierta dosis de humor e ironía relata que su deformación se debía a que se formó en una biblioteca centroamericana, o sea, en una biblioteca de país pobre, y que como tal, solo tenía buenos libros: los clásicos. Esto se explica porque los presupuestos de los países subdesarrollados no dan para comprar libros modernos, relata. Un segundo ejemplo de su mordaz palabra está contenido en esta frase: “los escritores comienzan a ser respetados, antes se les despreciaba tanto, que por lo general se les hacía embajadores o algo por el estilo, ahora se les deja simplemente escribir o se les persigue. Ya es algo”.

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De los escritores, refiere que son sumamente indefensos y sedientos de aplausos. “En esto son infantiles y por lo tanto malas personas, puesto que ser niños los lleva a ser egoístas, envidiosos y resentidos. Por otro lado, se podría pensar que también el hecho de ser un poco infantiles es lo que los salva”.

Los talleres
Sostiene que la literatura, por ser un arte, se halla sujeta a ciertas normas y principios, que pueden ser transmitidos, sin que esto signifique que todo el que asista a un taller de narrativa acabe por convertirse en escritor. Nadie se admira francamente de que exista o funcione una academia de música, pero siempre se ve con reticencia que se pueda enseñar a escribir un cuento, comenta. No dudo, por mi parte, de que en las academias o talleres puedan enseñarse algunos fundamentos; lo que no creo que pueda transmitirse es el talento, argumenta.

Monterroso piensa que el mayor compromiso del escritor es el de no publicar cosas mal hechas. Afirma que el exilio lo benefició, porque le hizo vivir experiencias buenas y malas, que de otra forma no habría tenido. Políticamente se califica como rojillo. “Espero y me gustaría ver un mundo socialista”, dice.

Asimismo, sostiene que hay muchas formas de rebeldía y que estar vivo, es una de ellas. Para el autor de El dinosaurio,  la función de la literatura es alimentar la imaginación y permitirnos ver lo que no hemos visto por pereza o incapacidad.

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