Su correo electrónico es brevísimo: “Talvez pierda mi tiempo. Nunca me responderás porque no me conoces, pero quiero que me ayudes. Estoy pasando por un problema existencial. Tengo veinte años y terror de morir. Necesito orientación. Creo en Dios, no sé por qué siento miedo. ¡Ayúdame!”.

Quise contestar en forma personal, mas al imprimir la carta noté que solo quedaba el nombre de mi lectora, no su dirección. Se debe tomar en serio a quienes desean viajar cuanto antes al más allá pero también a quienes tienen pánico al mismo.

Así como nacemos, nos marchamos; camino largo para unos, breve para otros. ¿Debe aquello asustarnos? Existen actitudes que permiten desafiar a la muerte, por ejemplo exaltar la vida en todas sus facetas, hacer bien el trabajo que nos toca, disfrutarlo, saborear cada gota de felicidad que destila la existencia, pensar que moriremos sin conocer la fecha, la hora, huir de los amargados. El optimista está convencido de que llegará a los noventa. El pesimista imagina catástrofes, enfermedades, accidentes. Cabe pensar en los demás, no en nuestro personal destino. La felicidad verdadera llega por rebote. Lo peor de la muerte es que nos lleva a causar dolor a quienes nos aman. Quienes sufren son aquellos que se quedan mientras los muertos ostentan un rostro lleno de paz. “El sueño es una muerte corta, la muerte un sueño largo”. Un filósofo griego lo expresó de un modo contundente: “¿Por qué tenerle miedo? Si yo estoy, ella no está; si ella está, ya no estoy”. El pintor y escultor Miguel Ángel falleció a los 75 años. Escribió: “No existe en mí un solo pensamiento que no esté marcado por la imagen de la muerte”. No le impidió gozar de una envidiable vitalidad, convertirse en uno de los más creativos artistas de todos los tiempos. Un sabio proverbio dice: “Quienes piensan mucho en la muerte están condenados a llevar una vida interminable”.
Verónica es creyente. Debería pensar que su vida continúa para siempre. Su alma, después de abandonar el cuerpo, se volverá ligera; no le podrá afectar ninguna tormenta terrenal. Si se dedica a agotar el diario vivir –campo de lo posible– no tendrá tiempo para angustiarse. La vida es un picnic: saboreamos mucho más lo que compartimos.

Temer a la muerte es reflejo existencial. Cunde el miedo si nos lanzamos al vacío con el paracaídas puesto, al agua desde el trampolín de diez metros. Morir es cambiar de forma o volver a cero. En la nada tampoco se sufre. Recordemos dos pensamientos; el de Lin Yutang: “Un hombre puede tener 10.000 hectáreas de tierra pero duerme en una cama de dos metros y se va en un féretro del mismo porte”; el de Shakespeare cuando el rey Ricardo II alude a “su testa coronada convertida en bello cráneo lleno de tierra”. La muerte es la única democracia. Llena tu vida, Verónica, con mil detalles hermosos. Son astillas de felicidad. Y si crees en Dios, ¿para qué tantas preguntas? Se supone que Él las contesta todas.