La cónyuge de Segundo Moposita no entendía por qué no la llamó el jueves pasado, hasta que el viernes confirmó que había muerto en Madrid.

Para María Lucila Condemaita era normal despertarse a la una de la madrugada con las llamadas telefónicas que su esposo le hacía desde España. Segundo Víctor Moposita (37 años) se comunicaba con Lucila para contarle que salía muy temprano, a las 05h30, hora de Madrid. Ese era su horario para tomar el primer tren de varios que le conducían hasta su trabajo en una empresa de construcción.

Lucila, en Quisapincha (parroquia), y Víctor, en Madrid, hablaban sobre cosas simples: del café amargo que el hombre se preparaba cuando aún no amanecía, sobre la comida que llevaba a su trabajo de obrero y de la desolación que sentía cuando retornaba a su piso y lo encontraba vacío.

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El jueves pasado, Lucila no recibió la acostumbrada llamada de su marido, pero no se extrañó. Cuando se enteró de la cadena de atentados terroristas en las estaciones ferroviarias de Madrid, la mujer, de 36 años, sintió una corazonada y empezó a llamar al celular de Víctor y a los de sus amigos en España.

Le dijeron que su esposo salió muy temprano y no llegó a la hora acostumbrada –20h00– al piso. El reloj marcó la una de la mañana del viernes y Lucila tampoco habló con su esposo. Víctor había muerto en el atentado.

Lucila y el hermano de la víctima, Alberto Moposita, solo saben que Víctor está muerto en Madrid. No conocen el nombre de la estación donde ocurrió el ataque terrorista y tampoco tienen información sobre el lugar donde está el cuerpo del hombre de 37 años que en el 2001 viajó a España.

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Segundo Moposita, oriundo de Quisapincha, Tungurahua, nunca pidió la opinión de su esposa y de sus parientes para migrar al viejo continente. Lucila nunca estuvo de acuerdo con el viaje, a pesar de que el sueldo que recibía su esposo por su trabajo como albañil en Ambato no bastaba para las necesidades básicas de la familia. “Me opuse, discutimos, pero un día se endeudó, sacó los pasajes y se fue”.

Un chulquero del barrio donde viven en Quisapincha les prestó 3 mil dólares con un interés del 10%, y hasta ahora Lucila no termina de cancelar la deuda y tiene un pago pendiente de 200 dólares.

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El viernes en la noche, en casa de su cuñado Alberto, al sur de Quito, Lucila lloraba y solo esperaba el vuelo a España para repatriar el cadáver de su marido.