Cerca de 700 personas, enjuiciadas por diferentes delitos, han abandonado la Penitenciaría del Litoral durante los últimos 49 días acogiéndose a la libertad que concede el artículo 24, numeral 8 de la Constitución. Una disposición en la que se amparan quienes llevan detenidos más de un año, pero no han recibido sentencia. Los casos de aquellos liberados no se detienen, siguen el proceso legal en los escritorios de los cinco tribunales de la provincia del Guayas. Dos de los beneficiados cuentan las difíciles vivencias que pasaron dentro de las celdas y las expectativas que ahora tienen.

Gloria compartió la cárcel con sus dos hijos
“Bueno niña póngase pantalón largo porque donde va a dormir hace mucho frío”. Las palabras que el agente fiscal dirigió a Gloria (nombre protegido), de 26 años, le hicieron entender que no habría marcha atrás. Su detención era un hecho. Fue el  18 de julio del 2002. Eran como las 8 de la noche. Gloria estaba con su esposo en casa de su hermana, donde ayudaba a atender una pequeña tienda. Ellos también fueron aprehendidos.

Los acusaron de tenencia y tráfico de estupefacientes, algo que Gloria y sus parientes han negado durante todo el proceso, así como el supuesto hallazgo de 6 gramos de base de cocaína en el local donde fueron arrestados.

Publicidad

Para ella, que no conoce mucho de leyes, aferrarse a su testimonio de inocencia era suficiente para que la absolvieran. En efecto, con ello consiguió que el fiscal y el juez que tramitaban su causa la exculparan en la audiencia preliminar.

Sin embargo, la decisión del  ministro fiscal del Guayas y Galápagos cambió su situación. Consideró que había elementos de cargo por tráfico suficientes contra ella, “no obstante su negativa de conocer sobre la existencia de la droga” y de que en los análisis que le hicieron se determinó que es consumidora de narcóticos.

Cuando se dio esa resolución, Gloria, una mujer menuda de tez trigueña, cuya ropa se ajusta a las formas de su cuerpo, ya llevaba  cuatro meses en la Penitenciaría del Litoral. “Me sentía mal, estaba separada de mi hermana, pasaba horas llorando. Allí veía tantas cosas... una mujer quiere ‘pasarse’ con la otra, porque algunas son lesbianas”.

Publicidad

Lo más difícil para Gloria fue decidir sobre el futuro de sus dos hijos de 5 y 7 años. Ellos estaban en la escuela, pero no contaba con alguien disponible para atenderlos, ni siquiera sabía cuánto tiempo más ella y su esposo tendrían que estar en ese lugar. Así que pidió a sus familiares que los llevaran a la cárcel a vivir con ella.

Además de compartir la celda con ellos, cada día dividía su ración de alimentos con los pequeños. “No daban comida para los bebes, nos decían que lo que se preparaba era  para las internas y que buscáramos dónde dejar a nuestros hijos (había unos 60 niños)”.

Publicidad

También les cedía su lecho. En las noches “dormía apretadita con mis hijos o en el suelo para dejarles la cama a ellos”.  Acostarse en el piso no era nuevo para  ella, pues cuando recién llegó a la cárcel no había cama disponible y pasó tres meses en el suelo hasta que se fue una de las internas.

En el encierro su sueño y el de sus hijos no eran profundos. “Uno se acostaba y al ratito se levantaba por las bullas de las peleas entre internas”. Mientras vivía un estado de ansiedad, Gloria supo de la existencia del artículo 24, numeral 8 de la Constitución, que permite la libertad de quienes están detenidos durante más de un año y sin sentencia. Ese era su caso. “Las chicas comenzaron a comunicarnos, a hablar de ese artículo, nos organizamos toditas e hicimos huelgas. No importaba si nos trasladaban a cárceles de otras ciudades como decían los guías que nos podía pasar”.

Gracias a ese artículo, el viernes 30 de enero pasado, después de un año y siete meses de encierro consiguió la libertad. También salieron su esposo, su hermana y un vecino de esta, a quien detuvieron el mismo día y en el proceso admitió que tenía un año dedicado a la venta de drogas.

Gloria no le dice a sus vecinos y conocidos que estuvo detenida, evita hablar del tema, talvez porque teme que ella o alguno de sus familiares sean discriminados por la situación que vivió.

Publicidad

De la certeza de un encierro angustioso Gloria pasó a vivir una libertad con incertidumbre. Está embarazada de su tercer hijo que procreó en la cárcel, su único sustento es el bono solidario y dice que no desea trabajar sino dedicarse a cuidar a sus hijos.

Tiene un hermano que está delicado de salud debido a unos disparos que recibió, según su padre, en un ataque de pandilleros. El esposo de Gloria también está desempleado y espera al menos conseguir un trabajo eventual para sobrevivir.