Más allá del contenido antisemita o no de La Pasión de Cristo. Mucho más allá de la extraordinaria calidad de sus efectos especiales y de la magnífica actuación del elenco de actores y actrices, hay en esa producción cinematográfica un punto en el que todos podemos coincidir y que quizá sea el más rescatable: ¡La figura de la madre!

María es retratada en la historia como no lo ha hecho cinta alguna. Es su poderosa presencia, fortaleza, capacidad de sacrificio, respeto y fidelidad a la desgarradora y descabellada decisión de su hijo de “morir por amor a los hombres” lo que la coloca como heroína indiscutible de la nueva versión. El aspecto político-religioso de la muerte de Jesucristo siempre será objeto de discrepancias. Mucho se manipuló la figura de un hombre sin parangón en la historia de la humanidad, su travesía por esta tierra, su mensaje y su despedida por demás injusta, angustiosa y llena de miserable, inenarrable sufrimiento. Despertar al león dormido, repitiendo el tormento de esos días aciagos que se le adjudican al predicador de predicadores, sugiriéndoles a los fanáticos religiosos que no se perdonen por un crimen que ellos no cometieron, o lo que es peor, que algunos se inmolen en busca de justicia, puede ser una bomba de tiempo y lo único que hace es desvirtuar el verdadero propósito de la vida de Jesús, que fue el de la paz por excelencia.

Demasiado hincapié en la reproducción de las supuestas escenas de dolor, vuelve a los espectadores menos vulnerables, más indiferentes al sufrimiento ajeno. La morbosa descripción pormenorizada del sacrificio de Cristo, si bien es magistral desde el punto de vista técnico y de actuación, no conseguirá más que poner el dedo en la llaga de aquellos que aún buscan culpables en una muerte que ocurrió, probablemente, hace más de dos mil años.

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El baile interminable de crueldad es un aspecto detestable de la producción de Mel Gibson. ¿Quién encuentra placer en replicar el momento en que un clavo penetra la piel y atraviesa la mano de Cristo? ¿Era necesario despilfarrar tiempo y dinero en una escena de esa naturaleza? ¿Es eso creatividad? ¿Cuántos espectadores se cubren el rostro o giran su cabeza para no presenciar ese instante abominable?

El mundo vive un momento de violencia que aterra y películas como La Pasión de Cristo disminuyen la imagen de Jesús y contribuyen a que se exacerbe esa violencia. Su pasión no fue la de sufrir, su pasión fue la de amar. Su mensaje no fue el de incentivar el odio entre los pueblos de la tierra, sino el de unirlos. Sueño imposible cuando priman los intereses económicos que son la lápida de la humanidad. Y mientras el productor festeja el éxito taquillero de su obra, Jesús quizá se multiplicará en réplicas baratas y habremos una vez más sido manipulados por el poder aplastante y superficial de la maquinaria imparable del cine, que convierte una vida ejemplar, en una película de dos horas de brutal escarnio.

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