“No me sorprendería en lo más mínimo si, en los próximos 15 a 20 años, se emplearan armas nucleares, en primer lugar por parte de un grupo terrorista que ponga sus manos sobre un arma nuclear de Rusia o de origen paquistaní”.

Una bomba nuclear de 10 kilotones (una nimiedad en términos de armas) es introducida de contrabando a Manhattan y explota en Grand Central. Mueren aproximadamente 500.000 personas y Estados Unidos sufre un daño directo, en términos económicos, de un billón de dólares.

Esa perspectiva, citada en un informe del año pasado por la Facultad de Gobierno John F. Kennedy en Harvard, podría ser un atisbo de nuestro futuro. Necesitamos controlar de manera urgente los materiales nucleares para demorar esa amenaza, pero en esta guerra sobre la proliferación, actualmente estamos retrocediendo. El presidente Bush (después de ignorar el tema antes del 11 de septiembre) ahora menciona vigorosamente los aspectos correctos, pero aún no hace suficiente.

“Estamos perdiendo la guerra sobre la proliferación”, afirmó abruptamente Andrew F. Krepinevich Jr., uno de los expertos militares y director ejecutivo del Centro para Evaluaciones Estratégicas y Presupuestarias

Hasta hace poco, las tendencias nucleares daban la impresión de ser alentadoras. El presidente Kennedy, a principios de los años sesenta, anticipó que docenas de países desarrollarían armas atómicas a grandes pasos, pero, de hecho, los controles funcionaron en buena medida. Incluso actualmente, solo ocho naciones poseen definitivamente armas nucleares.

Y hay más noticias positivas. Si bien creo que la invasión de Iraq fue un error, cuando menos Saddam Hussein no estará produciendo ojivas en poco tiempo. De manera similar, gracias en parte a las amenazas de Bush, Libia está abandonando su programa de armamento.

Pero, tomando todo en consideración, los riesgos de un atentado como los del 11 de septiembre, pero con un componente nuclear, van en aumento. “No me sorprendería en lo más mínimo si, en los próximos 15 a 20 años, se emplearan armas nucleares”, dijo Bruce Blair, presidente del Centro para Información de la Defensa, “en primer lugar, por parte de un grupo terrorista que ponga sus manos sobre un arma nuclear de Rusia o de origen paquistaní”.

Uno de nuestros mayores retrocesos está en Norcorea. Gracias a la ineptitud de integrantes de la línea dura en el gobierno de Bush, aunado a su negativa para comprometerse a negociaciones significativas, Norcorea está usando todos sus recursos para fabricar ojivas. Existe la probabilidad de que ya haya producido seis nuevas armas nucleares. Después, está Irán, que ha buscado armamento nuclear desde los días del sha, cuyo programa nuclear además, todo parece indicar, cuenta con el respaldo popular. “No estoy seguro de que exista alguna forma de lograr que el gobierno iraní renuncie a él”, declaró un importante funcionario de Estados Unidos.

Finalmente, está la verdadera nación rebelde de la proliferación, Pakistán.

Sabemos que Abdul Qadeer Khan, el padre islámico de la bomba paquistaní, vendió, de manera ilegal, materiales a Libia y Norcorea, y no sabemos a quién más.

“Podría ser que A.Q. Khan & Associates ya transfirió combustible nuclear con graduación para bombas hacia la red Al-Qaeda, y entonces enfrentaríamos lo peor”, advierte Paul Leventhal, presidente fundador del Instituto de Control Nuclear.

Resulta intrigante que el gobierno de Estados Unidos no haya recargado su peso sobre Pakistán para conseguir que Khan esté disponible para un interrogatorio, con el fin de garantizar que su red sea cerrada por completo. Diversos expertos sobre Pakistán dijeron creer que el gobierno estadounidense ha estado tan moderado debido a que su prioridad máxima no es el combate a la proliferación nuclear sino convencer al presidente Musharraf (de Pakistán) para que brinde su ayuda para arrestar a Usama Ben Laden antes de las elecciones de noviembre.

Las medidas que hacen falta, como negociaciones serias con Norcorea, no son tan dramáticas como el bombardeo de Bagdad. Pero, a menos que actuemos de manera más decisiva, recibiremos una llamada de atención de una explosión nuclear o, con mayor probabilidad, una “bomba sucia” que use materiales radiactivos que rutinariamente yacen en hospitales y fábricas.