Un día después de los atentados terroristas de Madrid, los cerca de 30.000 habitantes del Pozo, un humilde suburbio de obreros e inmigrantes, amanecieron paralizados por el miedo y las miradas fijas en la estación de tren cubierta aún de sangre.

“Salimos aterrados a la calle porque vamos a descubrir que hay gente que no aparece desde ayer. Tenemos amigos y vecinos muertos”, aseguró sollozando Felicidad, vecina del barrio.

“Cuando escuché aquel estruendo supe que había sido una bomba y minutos después vi a decenas de personas corriendo ensangrentadas”, agregó.

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Este barrio, que forma parte de Vallecas, fue conocido en 1960 por ser lugar de reunión de sindicalistas, foco de marginalización y nido de delincuencia. Hoy en día, el barrio celebra haberse librado de esta mala reputación y en él conviven españoles, colombianos, ecuatorianos, peruanos, marroquíes o sierraleoneses.

“Yo traje a mi familia de Guayaquil hace cuatro años pensando que España era un lugar de paz y prosperidad. Si me hubiera pasado algo, ¿qué habrían hecho los míos?”, se preguntaba Yuber Morán, de 28 años, que normalmente toma el tren en El Pozo, pero el jueves, “por casualidad”, fue en auto.

Agachados en las vías, los policías siguen buscando indicios. El techo de los vagones está cubierto de sangre y entre el frío y la lluvia se cuela el inconfundible olor a carne quemada. Una fuerte ráfaga de viento sacude las estructuras de la estación y algo cae a los pies de los curiosos. Es un dedo de alguna de las víctimas que la Policía recoge.

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