"Hubo un terrible estruendo en el tren y quedé sepultada bajo el cadáver de un hombre; me lo quité de encima como pude y me  dejé caer hasta la vía, entonces me desmayé y desperté en el hospital",  recuerda, todavía conmocionada la ecuatoriana Jacqueline Rivera, herida grave  en los atentados del jueves en Madrid
 
Echada en su cama del hospital Doce de Octubre de la capital española, esta  mujer de 31 años, llegada a España en el 2000, tiene heridas internas graves en  el estómago y la cabeza además de contusiones de menos importancia en la cara,  las manos y las piernas.
 
En sus escasos ratos de lucidez pregunta por su hija Belén, de siete años,  recuerda temblando el atentado y pide un espejo para mirarse el rostro.
 
"Cuando escuchamos que había habido un atentado, empezamos a intentar  localizar a Jacqueline. Fuimos a la morgue, al hospital de campaña y a otros  centros médicos. Creíamos que estaba muerta y finalmente, la encontramos aquí  al final de la tarde", explica José Luis, su hermano de 27 años.
 
 A los pies de su cama, su padre, casi un anciano venido a España hace un  año y medio convencido por Jacqueline, escucha con mirada triste los consejos  del médico y se pregunta si vale la pena quedarse en este país.
 
 "Todo ha cambiado con este atentado. Creo que nos quedaremos porque nos  costó mucho dinero y esfuerzos establecernos en Vallecas (suburbio al sureste  de Madrid). Además, en España hay más trabajo", asegura.
 
La comunidad ecuatoriana, con más de 200.000 inmigrantes legales y  probablemente casi el doble de clandestinos, es la más importante presencia  latinoamericana en España.
 
 Natural de Machala, en la costa de su país, Jacqueline trabaja con ahínco  como empleada doméstica en el centro de Madrid para dar una vida digna a su  hija, Belén, de siete años.
 
 "Todos los días a las 07H15 tomo el tren en El Pozo del Tío Raimundo  (sureste de Madrid), donde vivo, hasta Atocha. Sé que hubo compañeras que  viajaban conmigo que murieron", asegura.
 
 "¿Tengo los dos ojos? ¿La nariz está entera? ¡Quiero hablar con mi hija!",  grita de repente, tocándose la cara aterrada. Su padre la tranquiliza, le dice  que está "linda", pero por ahora, los médicos le han prohibido mirarse al  espejo.
 
Finalmente el teléfono suena y Jacqueline puede hablar con Belén, que no  sabe qué ha ocurrido con su madre. Después, la mujer vuelve a adormecerse.
 
"Nos han llamado desde Ecuador preocupadísimos. Allá somos muy pobres pero  un acto semejante es inconcebible. Hoy, nosotros estamos sufriendo el  terrorismo como si fuéramos españoles", asegura José Luis.
 
En este centro médico siguen ingresados alrededor de un centenar de heridos  de los atentados del jueves, algunos de ellos en estado grave. El número total  de víctimas mortales ya llega a 198.
 
Familias que no tienen nada en común comparten un mismo dolor en los  pasillos del hospital. Españoles e inmigrantes, jóvenes y ancianos, ejecutivos  o albañiles, todos ellos heridos en los trenes de la muerte , dividen  habitación y se cuentan entre lágrimas la experiencia de la víspera ante la  mirada angustiada de sus seres queridos.
 
"He pasado la noche en vela mirando a mi hijo. Creí que lo había perdido",  asegura temblorosa Merche, madre de un estudiante que sufrió serias heridas en  ambos brazos en la estación de Atocha, en el centro de Madrid.

 
 
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