Las dos etapas más difíciles en el ser humano son la adolescencia y la vejez. De allí que crear y aplicar métodos dirigidos a sensibilizar a los niños y a los jóvenes para suscitar interés hacia los ancianos construye una alianza solidaria para alcanzar una sociedad multigeneracional. Período de sueños y utopías, de ideales y ambiciones, a veces desmesuradas, la adolescencia, con  imágenes de abundancia y de literatura guerrera al centro de su existencia, parte confiada  a conquistar el mundo para transformarlo a su medida, acometiendo  empresas con energía invencible pero la vida  atrapa casi siempre a los jóvenes más vulnerables, quienes se resisten con dificultad a las influencias nefastas del entorno, recurriendo muchos a la violencia que es sinónimo de  dificultad para comunicar y que es quizás un llamado de auxilio que nadie escucha, que nadie comprende.  Otros, incapaces de hablar de sus dudas, de sus emociones,  recurren al alcohol o a las drogas, otros, incapaces de sobrevivir en sociedad  se encierran en un mundo depresivo, llegando hasta   transformarse en actores de su propia muerte.  En Suiza, cada tres días un joven, entre 18 y 24 años, se quita la vida, lo que ha conducido a crear unidades especiales para impedir este infortunio juvenil. Los síntomas que no deben desatenderse son: cambio de comportamiento, mensajes verbales indirectos, pérdida de la estima de sí mismo, señales de aislamiento social.

Vivimos una época de violencia generada en injusticia social, religión, política, discriminación racial, exclusión, pero este fenómeno adquiere proporciones mayores en aquellos que tienen la responsabilidad de proteger, de cuidar a los frágiles ancianos dependientes,   ya sea en el seno de su propia familia como en las instituciones creadas para ellos.  No existe una verdadera vigilancia ni castigo penal para el maltrato invisible que se inflige a los ancianos, puesto que ellos no se quejan por temor a las represalias y muchos se sumergen en una dignidad triste.  En los países del tercer mundo, a fin de evitar formar parte del servicio doméstico, se multiplican enfermeras o asistentes dedicadas a atender ancianos quienes, al  realizar esa labor sin conciencia, la desempeñan por considerarla una promoción  en la escala social.

Asimismo, la extrema agitación de nuestra época ha venido socavando los lazos familiares, fundamentales para los niños y los adolescentes en su relación con los ancianos, provocando en estos últimos la soledad en el ocaso de sus vidas. De ahí que se precisa inculcar a la juventud que el envejecimiento no es una enfermedad sino una etapa en la existencia de todo ser humano y que tampoco debe enfocársela únicamente como un estudio de repercusiones socioeconómicas.

Para lograr una «sociedad para todas las edades» es necesario reconocer y aceptar el envejecimiento como un fenómeno que incumbe a «toda la sociedad», declaró el chileno Juan Somavía, director de la Organización Mundial del Trabajo (OIT), en el prefacio del documento presentado por esa organización a la Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento efectuada en abril de 2003 en Madrid,  aludiendo al  papel esencial del empleo y la protección social como cuestiones que deben abordarse para convertir la sociedad multigeneracional en una realidad.