Una vieja lona azul que la protege del sol y la lluvia cubre desde hace 30 años el rincón en donde cada mañana Mercedes Salvatierra coloca su mesa de madera corroída, para exhibir los diarios de la localidad y las velas, los rosarios, escapularios y las estampas religiosas.

Sentada al pie de la puerta de la iglesia San Agustín, en Luis Urdaneta y Pedro Moncayo, la mujer de 42 años espera desde las 07h00 hasta las 14h00 a los devotos que religiosamente visitan a sus santos. Se inició en el negocio solo vendiendo periódicos, pero hace 10 años decidió sacarle provecho a la parte religiosa.

Salvatierra no sabe precisar a cuánto asciende su ganancia diaria, solo dice que no recompensa la madrugada.

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No obstante, en este quehacer no está sola. A su costado la acompañan Bolívar Álvarez y Janeth Cruz, quienes forman parte de la pequeña e improvisada asociación de vendedores de objetos católicos que tienen su área  fija afuera de la iglesia.

Los tres tienen precios uniformes. Las velas, dependiendo el tamaño, se venden desde los 0,05 dólares hasta 0,25 las más grandes.

Las estampas del Divino Niño y de Jesús Crucificado fluctúan entre los 0,20 y 0,25 dólares; mientras que los escapularios y rosarios tienen un costo de 0,50 ¢ a un dólar.

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“Diario solo salen 6 dólares, pero cuando hay novenas la cantidad asciende a 12, por lo que solo alcanza para medio comer”, comenta Bolívar Álvarez, quien desde hace ocho años decidió reemplazar a su esposa en este comercio, a cambio de que ella se dedique al cuidado de los niños.

Otros negocios
La venta de artículos cristianos no es el único espacio fijo para trabajar. En la misma línea de las velas está Luis Morán Morán, con su viejo y descolorido sillón de betunero, que heredó de su padre el pasado mes de julio. Nuevo en esta actividad, luego de la muerte de su progenitor, el menudo hombre aprendió rápido el oficio. Ahora confiesa ser un perito y en solo 3 minutos logra lustrar los zapatos más sucios, aunque si tienen lodo –dice– se demora 5.

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Su trabajo comienza a las 06h00 y culmina a las 18h00. En ese lapso, Morán no solo habla con sus clientes, que son más numerosos en las horas de la tarde, sino que comparte sus anécdotas con los tres jóvenes que se ganan la vida vendiendo vasos de gaseosas a 0,10 dólares.

Diego Valencia (13), Douglas Tello (14) y Renato Coloma (13) se pelean los alrededores de la iglesia para ofrecer una refrescante cola en un día caluroso.

Los estribos de los autobuses que circulan a lo largo de Luis Urdaneta y Pedro Moncayo se suman al escenario en donde los menores expenden por el lapso de 8 horas cerca de 50 vasos (12 botellas) de colas de diferentes marcas y sabores.

El mecanismo es el mismo cada día: se termina una botella y corren a comprar otra a la tienda de la esquina.

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Un testigo mudo de aquello es don Manuel, como lo llaman los chicos. Se apellida Murillo y se instala en la esquina de la iglesia, al lado de una columna.

Allí pone su carretilla blanca llena de caramelos, cigarrillos, chifles y chocolates, que luego de una jornada de 9 horas queda a la mitad.

Él acude de lunes a domingo, aunque a veces se toma un día libre entre semana.

Murillo tiene competencia, María Guano, que se para frente a la puerta principal con su canasto de mote con huevo. Ella y el vendedor del Pozo millonario o los guachos de lotería, que se ubica por el sector con más frecuencia los domingos, en los horarios de misas, se reparten el espacio.

Ese día también hacen su aparición varias ‘paisanas’ que ofrecen hierbas o la famosa sábila, para curar los males o evitar algún daño.

Así lo corrobora el lustrabotas, quien permanece más tiempo sobre el portal.
Durante su estadía el hombre es testigo de la pugna por acaparar la atención de los clientes de los dos heladeros que se sitúan en las tardes.

Así, en el portal ya no hay espacio para más vendedores. Los que están tienen años luchando por un mismo objetivo: ganarse unos centavos.