Además de sus nombres y haber cumplido un siglo de vida,  otras cosas que Benedicta de las Mercedes Quevedo Méndez viuda de Chávez y Mercedes Adriana Andrade Gallardo viuda de Domínguez tienen en común son los recuerdos de una época que ellas no se cansan de repetir que fue más hermosa por incontables razones.

Ambas padecen algunos achaques propios de la edad, pero los hacen a un lado para, entre sonrisas, sentenciosas afirmaciones y el cuidado solícito de sus familiares, evocar lo que ellas denominan ‘otros tiempos’. Añoran por igual los festivales y distracciones del American Park a los que asistieron en compañía de sus esposos.

También iluminan sus rostros cuando recuerdan las fiestas que celebraban en casa con ocasión de los cumpleaños y ‘santos’, al son de pasodobles, polcas, tangos, etcétera, que reproducían las vitrolas, mientras se repartían mixtelas, chichas de jora y arroz, junto con los tradicionales tallarines, aguados de gallina y otras preparaciones tradicionales.

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Tronco de numerosa familia
Mercedes Quevedo, guayaquileña, nació el 7 de mayo de 1903 y contrajo matrimonio con el azogueño Néstor Chávez Barahona en 1943. Tuvo 15 hijos y aún la acompañan María Mercedes (82), Julia Susana (80), Gloria Nelly (74), Luis Alfredo (69), Celso Ricardo (68), Ángela Adriana (66), Juan Enrique (64) y Luz Oderay (62).

Relata que su padre era carpintero de ribera (constructor de casas) y su hermana Cristina le enseñó las primeras letras hasta cuando pasó a la escuela y posteriormente ingresó al normal Rita Lecumberri. Tiene presente las serenatas que acostumbraba llevarle su marido al que recriminaba por ‘meter’ bulla a medianoche. Aún conserva su preferencia por el seco de chivo, el cebiche de concha o camarón y otros platos populares y mantiene muy claro los precios de los alimentos, pues exclama emocionada que alcanzó la libra tanto del arroz como de la carne a 0,20 y 0,60 sucres, respectivamente.

Entre las plantas y flores prefiere los claveles, espléndidas, Luis Felipe y laurel; el canario es el ave de su mayor simpatía. Hace pocos días hizo un recorrido por el malecón de Guayaquil y retornó a casa muy entusiasmada por el cambio que observó. Amante de la música puso de manifiesto esa pasión y cantó la canción popular Virgen pura, que dijo la escuchó siempre por Radio Cóndor, América y Cristal, y no vaciló tampoco en recitar alegres y picantes amorfinos. La descendencia de esta guayaquileña la forman en la actualidad 31 nietos, 63 bisnietos y 18 tataranietos.

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Comilona incorregible
Guillermina y Manuela, las hijas que cuidan de Mercedes Adriana Andrade, ríen de buena gana al consignar lo comilona y ‘dulcera’ que es su madre. Afirman que ella revisa permanentemente un viejo libro de cocina, que le sirve para recordar algunos platillos cuya preparación supervigila con esmero y hasta con un poquito de rigor.

Doña Mercedes Adriana nació en Santa Rosa, El Oro, el 5 de marzo de 1904 y a los 12 años vino a vivir en Guayaquil en San Martín y Rumichaca. Siempre le gustaron los dulces y todavía los pide a sus hijos y nietos; no duda en afirmar que lo que más le gustan son los tallarines, el arroz con pollo y el caldo de bolas.

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Estuvo casada con Tomás Domínguez, fotógrafo que colaboró con EL UNIVERSO, y procrearon cuatro hijos: Ernesto y Antonio, y Manuela, profesora jubilada, y Guillermina, egresadas de la Escuela de Bellas Artes. Además crió a su hijastra Marina Domínguez Guerrero, pintora y escultora guayaquileña ya fallecida que triunfó en Europa.

Tiene 13 nietos, 23 bisnietos y 6 tataranietos. Rodeada de plantas y animales, hace tres décadas vive en Mapasingue. Madrugadora, ve televisión y tararea los pasillos que le gustaba bailar y entonar en las reuniones familiares de antaño, en las que, asimismo, bailó sin parar. Tampoco olvida la costumbre de escuchar misa en El Sagrario a las 18h00, después de confeccionar pañuelos en un almacén que los distribuía en esta ciudad.

De fácil sonrisa y voz segura, también añora sus viajes en lancha y el recorrido en tren hasta Milagro, adonde solía visitar a un hermano, y las películas de temas románticos que disfrutó con su esposo y compañero de muchos años hasta que enviudó en 1975. Es de aquellas que no se acuestan sin rezar el rosario en compañía de sus hijas a quienes inculcó el gusto por el arte plástico y el servicio a sus semejantes.