Acostumbrados a los sucesivos cambios políticos de los últimos años así como al continuo empobrecimiento de nuestro pueblo, muchos analistas empezaron a encontrar semejanzas entre el Ecuador y Haití, señalando que nuestro país estaba destinado, de forma inexorable, a convertirse en una copia de la república caribeña, una especie de fatídico presagio si se constatan los escalofriantes índices sociales y económicos de la convulsionada Haití.

Ahora es posible aceptar que cualquier comparación era, por decir lo menos, totalmente inadecuada. La historia de Haití, su peculiar desenlace político, su legado de brutales dictaduras, su pasado de intervenciones militares estadounidenses que no sirvieron para nada, su lacerante pobreza, reflejan la realidad de un país que paradójicamente se convirtió en el primer Estado independiente en el proceso de liberación de los pueblos de América Latina y el Caribe. Alguien podría decir que Haití es más África que América, no por el color de sus habitantes, sino por las peculiares características de los golpes de Estado que con tanta frecuencia y saña se dan en ciertos países del continente africano. Parecernos a Haití, claro que no, podrían pensar muchos luego de observar el caos generalizado que ha vivido dicha nación durante las últimas semanas.

Haití, la nación más pobre de esta parte del  mundo, tiene varias causas para tratar de explicar su penosa suerte, a fin de cuentas cada nación tiene la responsabilidad de descifrar los aciertos y desaciertos de su historia. Pero si algo de culpa tienen los haitianos es que no han podido asimilar las circunstancias específicas que han tenido que atravesar, pues el propio presidente Aristide, que ahora asegura haber sido secuestrado por los estadounidenses, ha sido actor principal de victorias electorales masivas, víctima de golpes de Estado y sujeto de restituciones al poder en tan corto lapso, que obligan a pensar la forma tan ligera con la cual las lecciones no fueron asimiladas por el gobernante, por la clase política, peor por las fuerzas paramilitares que lo acaban de derrocar.

Desafortunadamente, en el contexto de las lecciones olvidadas, de las experiencias no aprovechadas, Haití, la hermosa perla del Caribe, no es la única nación en manejar con tanta falta de sentido común los capítulos de su historia. Nosotros, que tanto tememos parecernos a dicho país, debemos reconocer que en ese punto, el de la historia fácil, el de la mala memoria, el de las oportunidades desperdiciadas, terminamos acercándonos de forma desprejuiciada e inadvertida al escenario haitiano, en el cual, más allá de los pretextos populares y de las excusas de los gobernantes, queda claro que si algo carecen los unos y los otros, es un proyecto lógico de país.

Sí, podemos asegurar que el caos de Haití no se parece en nada a nuestra vivencia democrática. Es así, pero los malos ejemplos no están para el consuelo sino para el aprendizaje. Eso es preferible a que después nos digan que las similitudes son puras coincidencias.