En cambio, eso que llamamos gracia adquiere otra naturaleza cuando deja de ser una superflua chispa y pasa a convertirse en fuego, pues inunda todo el filme y le llega hasta la médula, elevando sus chistes y sus ocurrencias hilarantes al rango superior de humor. Y ese proceso de elevación de la gracia a humor es lo que convierte a El otro lado de la cama en cine vivo, de gran calado, lleno de gracias pero más que gracioso.

El otro lado de la cama es una comedia romántica sobre los problemas de parejas que se deslizan por el estrecho, imperceptible límite entre el amor y la amistad, confundiendo sus emociones, enredando sus vidas y mintiendo para seguir adelante con sus avatares sentimentales.

Da la impresión de que el esplendor de la cinta arranca en la pantalla con timidez, como si tantease con cautela un territorio no bien explorado. Pero, poco a poco, su luminosidad adquiere una condición mayor, más firme, gracias a un guión muy bien construido, con diálogos ágiles que permiten desarrollar situaciones llenas de vida, movidas por un grupo de hábiles personajes que, de la mano del director español Emilio Martínez Lázaro, se interrelacionan y edifican una secuencia exacta, pero llena de fluidez, estudiadamente espontánea. Las líneas argumentales y los gags recurrentes no pierden frescura sino que van ganando consistencia y jocosidad a través de la sonrisa cómplice hasta forjar la carcajada, con enorme eficacia.

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El cineasta se toma a rajatabla aquello de que “hacer reír es algo muy serio”. Y la originalidad de la película radica en que los sentimientos de los protagonistas –que no son ni cantantes ni bailarines– se expresan mediante números musicales que mezclan las baladas, el rock y el pop.

Así, el hábil juego, el delicado tono de comedia se cristaliza en una media docena de canciones o de diálogos cantados, sin ruptura de secuencia, que los intérpretes no fingen cantar, sino que logran la hazaña de decir musicalmente, convirtiendo la canción en un giro coloquial entre la palabra y la música.

En la divertida escena donde estalla la canción de Las chicas son guerreras la pantalla se inunda de una alegría que ya no se desvanece y que persiste en todo el delicado bienestar que transmite, sin la menor sensación de esfuerzo, su jovial elenco –Paz Vega, Guillermo Toledo, Natalia Verbeke, Alberto San Juan, Ernesto Alterio y María Estévez–, que actúa, sabia y astutamente, en ese estado de gracia que determina el filme y que se prolonga en el gozoso itinerario de este conjunto de gente guapa, expansiva y algo atolondrada, un divertido cruce de parejas que se entrelazan bajo sospecha de cuernos y cuernos insospechados, que tienen lugar en el otro lado, disparatado y oscuro de la cama.

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Con esta película, una de las triunfadoras de la taquilla española en el 2002, Martínez Lázaro vuelve, sin duda, triunfante a su territorio habitual, la comedia (Amo tu cama rica, Los peores años de nuestra vida), después de su incursión en el thriller con La voz de su amo.