Dicen que los polos opuestos se atraen. En   Bendito infierno (Cinemark) o Sin noticias de Dios (Supercines) el coqueteo entre el bien y el mal es una constante  durante  113 minutos.  

Esta película española del 2002, del director Agustín Díaz Yanes,  se ubica  dentro del género comedia. Y sí,  la trama es hilarante y un tanto disparatada: el cielo y el infierno se disputan por el alma de un boxeador,  por causas distintas.  Sin embargo, el trasfondo social,  político e ideológico está latente en todo momento y  sirve de base para que las acciones jocosas que se desarrollan en la superficie fluyan con naturalidad y agilidad, en medio de la fantasía.

La crisis en  esta historia está presente  hasta en el cielo,  que se ha quedado sin almas. En vista del déficit de integrantes, los dirigentes de este sitio   acogen una  petición de la madre de un boxeador  que ha estado involucrado en asuntos muy sucios, y envían a Lola (Victoria Abril), una diva de la canción,  para que persuada al hombre,  cambie y salve su alma,  por ende. 
   
El infierno,  por el contrario,  suma cada vez más miembros  a sus filas.  Pero el afán de poder de este lugar no decrece y, en vista de que el cielo envía a su ‘angelita’,  para que convenza al boxeador,  el infierno  manda  a su ‘diablita’, Carmen (Penélope Cruz),  para contrarrestar fuerzas.
 
Marina (Fanny Ardant) es la   jefa directa de la delegada del cielo y    Jack (Gael García Bernal) el jefe del  infierno (muy dantesco,  por cierto,  ya que la gente está dividida por sectores,  según la cantidad de faltas cometidas y es trasladada de lugar,  si su comportamiento mejora). 

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Al principio  cada quien  tira la cuerda para su lado.  Los intereses están a la orden  de los jefes, para quienes todo es válido cuando de  su supervivencia se trata.

El flirteo se desarrolla  a todo nivel.   La delegada del infierno y la del cielo mantienen un coqueteo que va más allá de un cómico asunto aparentemente  lésbico, ya que al final del filme se unen para preservar los  lugares a los que representan.    

Uno de los elementos –poco inocente– que condimenta  a esta película es el juego de los idiomas.  En el cielo se habla en francés,  mientras que en el infierno,  en inglés.  En el cielo todo se desarrolla en blanco y negro, a diferencia del infierno,  donde  el rojo se impone y  junto al  aglutinamiento de gente, hasta la audiencia puede sentir el calor. 

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Al final de este filme,  ni los ángeles son muy limpios,  ni los diablos,  muy degenerados. El bien y el mal,  a pesar de ser contrapuestos,   se muestran como  caras de la misma moneda. Parafraseando a Jack, en un diálogo que mantiene con Mariana, “sin ustedes, nosotros no existiéramos, y viceversa”.