Conocida es la frase de Carlos Marx que la tradición pesa como una montaña sobre la cabeza de los vivos. Lo más grave es que el peso de la tradición es un peso que por su naturaleza no es generalmente percibido por los vivos a pesar de ser tan grande como una montaña. Esto último no puede decirse de la deuda externa. Ella sí que está pesando como una montaña gigantesca sobre el destino de los ecuatorianos y estos, a diferencia de la tradición, sí sienten a diario este enorme peso.

Hasta hace poco, el Fondo Monetario Internacional tenía en jaque al Gobierno con exigencias de introducir las llamadas reformas estructurales de primera generación en las áreas de la economía actualmente bajo dominio estatal: electricidad, telecomunicaciones, petróleo, etc. También presionaba por poner en orden las cuentas fiscales solicitando que tengamos un enorme superávit. Y como si lo anterior fuese poco, pedía la eliminación del subsidio al gas y otros productos. De paso, el denominado riesgo país cada semana subía enviando una pésima señal a potenciales inversionistas.

Pero este sombrío panorama ha cambiado de pronto. Para el Fondo las reformas estructurales pueden esperar, la reforma tributaria también puede esperar y ya no hay tanta urgencia en cuanto al déficit fiscal. Es más, comienzan a llegar noticias que el famoso riesgo país ha comenzado a mejorar y que en cosa de pocas semanas el Ecuador resulta un país menos riesgoso para la inversión extranjera.

¿Qué es lo que ha sucedido que explica este cambio tan sorpresivo? Bueno, sin pretender establecer una relación de causa a efecto sí debe observarse que estos cambios se han producido a medida que el Ecuador ha ido cumpliendo con el pago a los acreedores de la deuda externa. Si allí no hay un vínculo de causalidad al menos hay una clara asociación. Parecería que en la medida que nos portemos bien como deudores, el resto pierde importancia. Los cambios en el sector eléctrico, las reformas en las telecomunicaciones, la modernización del área petrolera o el mejoramiento de la seguridad social, incluyendo la participación más activa del capital privado en dichos sectores, todo esto ya no importa. Quienes no pueden esperar son los acreedores. Ellos cobran primero una vez que se asegura el superávit primario, en lo que el Fondo ha sido inflexible. Lo paradójico es que lo que ahora al Fondo le interesa menos, es lo que más nos interesa, o debería interesarnos a los ecuatorianos, pues los cambios en aquellas áreas inciden directamente en mejorar nuestra productividad, aumentar la oferta de trabajo y corregir la mala distribución del ingreso. En otras palabras: basta que los ecuatorianos paguen puntualmente la deuda externa, el resto que vea cómo se las arregla.

Y esto es probablemente lo que ocurrirá. Nuestra riqueza petrolera está prácticamente hipotecada a pagar el servicio de la deuda. Y la falta de reformas estructurales seguirá siendo un obstáculo a la inversión masiva de riesgo. Urge una clara definición gubernamental al respecto.