Siendo ese el objetivo, aplaudimos todos los medios lícitos que se anuncien para alcanzarlo. Mejorar el aparato del Estado y volverlo más eficiente es una meta de consenso nacional.

Queremos hacer también un alerta, sin embargo. Ninguna reforma debería promoverse al costo de paralizar empresas del Estado, puesto que sería un contrasentido. La experiencia enseña, empero, que eso suele ocurrir cuando se proponen cambios y no se anuncia, al mismo tiempo, quién tomará las riendas ni en qué dirección se avanzará.

Suele desarrollarse entonces un clima donde los empleados no trabajan con empeño porque están preocupados por su futuro y los jefes no saben si les queda algo de autoridad.

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Evitar semejante peligro no va a ser fácil, porque tampoco se pueden tomar decisiones apresuradas, sin evaluar seriamente sus consecuencias. No es poco lo que el Presidente ha querido modificar de golpe, y el peor consejo en este momento sería no buscar para esa tarea a personas apropiadas.

El primer paso, sin embargo, ya está dado, por lo que ahora lo que resta es avanzar, corrigiendo los inconvenientes que inevitablemente surgirán en el camino.