Los insultos se han convertido en parte del alfabeto que utilizan algunos jóvenes para comunicarse dentro del grupo, algunas veces por voluntad propia y otras para ser aceptados entre los amigos.

Alguna vez has pensado: ¿cuántas malas palabras dices al día?, ¿Si es malo o no decirlas?

En una visita por algunos centros comerciales de Guayaquil, entre ellos San Marino, Mall del Sol y Policentro, conversamos con jóvenes de entre 12 y 25 años sobre los lugares, los momentos ante quienes  las dicen.

Pero, vamos por partes ¿qué es una mala palabra? “Una mala palabra puede ser un insulto o un saludo, según el estado de ánimo y el lugar donde se la diga. Si se está con los panas un chu... puede sonar mal o bien”, dice Franklin Parrales del colegio militar Huancavilca, quien frecuenta los fines de semana los videojuegos de los centros comerciales.

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Giajaira Vera, de 15 años, cree que ser mal hablados es algo normal “ahora todos decimos malas palabras y no es por insultar, solo es una forma de hablar con los demás”.

“Lo que importa es la intención con que se diga la palabra y la forma cómo la tome quien la escucha, esa es la única diferencia”, opina la psicoanalista Piedad de Spurrier, quien trata a adolescentes.

Son cotidianas
–¡Chu . . . no le diste a la nave, pues!,  dice Roberto.
– ¡Viste mari. . . te dije que ibas a perder!  Ahí está, yo te dije, eres pura lámpara.
– ¡Es que la pelea estuvo del car...!
– ¡Si tú lo dices!

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Frases consideradas como malas –aunque muchas consten en el diccionario de la Real Academia de la Lengua– por su carga emocional, forman parte de un diálogo de un grupo de chicos que se divertía en el Play Zone de San Marino un fin de semana de este mes.

Cristian Moreno de 16 años, recuerda que en su hogar le enseñaron que una mala palabra es algo obsceno que no se debería decir, pero él tiene su propia opinión:  “Eso depende de cómo y a quién se lo digas, porque si lo insulto a mi pana no se va a ofender, él sabe que lo hago por fregar, pero si es a un desconocido, es otra cosa”.

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“Decimos malas palabras cuando estamos con los panas, porque si no hablamos así estamos fuera de onda.  Pero nadie obliga a hacerlo, al final es uno quien decide si las dice  o no”, refiere Giovanni Barchi de 15 años, quien se encontraba hace un par de semanas en el patio de comidas de San Marino con unos amigos.

El listado es grande: palabras como “hijo de P. . .”, que en realidad dejan a  la madre de quien lo recibe mal parada o aquellas que hace alusión a los órganos sexuales del hombre y la mujer son las más usadas por la gente joven en sus actividades, ya sea por comodidad –usan palabras cortas según el contexto– o rebeldía.

¡Gran dilema!, como si solo los jóvenes dijeran malas palabras. “Es natural que los jóvenes sean mal hablados porque ahora es costumbre lanzar las palabras sin importar el lugar. Pero todos las dicen, los padres, los niños, es normal hablar así”, expresa Giajaira Vera de 15 años.

“La edad hace que se adapte el lenguaje al contexto.  Antes el insulto se relacionaba con denigrar y agraviar a los demás, pero con el paso de los años este código de comunicación se ha hecho cotidiano, no es nada nuevo, solo una manera más informal de expresarse hacia los demás”, piensa Elizabeth Larrea, quien trabaja como orientadora en colegios.

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¿Quiénes dicen más malas palabras, los chicos o las chicas? “Pienso que los chicos son más mal hablados que las chicas, ya sea porque son más sobrados o quieren ser populares.  Las chicas sí decimos malas palabras pero de forma discreta porque tenemos que cuidar nuestro lado femenino”, opina Fernanda Ruiz de 17 años y alumna del colegio 28 de Mayo.

Roberto Bravo de 18 años y estudiante de la Universidad Laica, dice que tanto los chicos como las chicas son mal hablados.  “En general  vivimos en un ambiente de irrespeto donde hay más vulgaridad.  Solo que los chicos vamos de frente y las chicas son más recatadas por el hecho de ser mujeres, es algo aceptado por la gente”.

Una moda que con el paso de los años se hace común entre las generaciones de jóvenes, para las que el  uso de las malas palabras ya no es considerado solo como un insulto sino que se ha convertido en un código de comunicación, una forma de entenderse en grupo.