Curso organizado por la SIP enseñó cómo reaccionar en un secuestro o cruzar una ciudad en guerra. El estallido del carro bomba sorprende caminando al grupo de 25 reporteros latinoamericanos que corren los 20 metros de distancia hacia el lugar del hecho, donde observan a dos niños y dos adultos con sus cuerpos parcialmente destrozados, gritando de dolor.

Pero la impresión que marcó más a los periodistas fue el secuestro  ejecutado por un comando armado que bloqueó el camino y los obligó a descender de las tres furgonetas, en medio de disparos e insultos en la oscuridad de la noche. Aquí se los hizo arrodillar, se les esposaron las manos a la espalda y se les colocó una capucha sobre la cabeza para luego interrogarlos.

Estos ejercicios tuvieron un realismo tal, que muchos tardaron en recuperarse del shock recibido durante los cinco días de entrenamiento intensivo de 17 horas diarias en el I Curso para Periodistas en Zonas Hostiles, organizado por la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, y  el Centro Argentino de Entrenamiento Conjunto para Operaciones de Paz, Caecopaz, en las instalaciones del Campo de Mayo, el mayor cuartel militar del ejército argentino ubicado a 30 kilómetros de Buenos Aires.

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 Ricardo Trotti, director del Instituto de Prensa de la SIP, explicó que muchos periodistas han muerto en los últimos años en los  conflictos armados alrededor del mundo por la falta de un entrenamiento para desenvolverse en zonas de guerra y que por ello, el curso debía llevar a los reporteros al límite de la resistencia para que comprendan cómo funciona la adrenalina en esas circunstancias.

Durante el curso dos periodistas resultaron heridos por la explosión de una mina bajo el bote de goma en que remaban, otro recibió un corte con un alambre de púas y tuvo que aplicarse una vacuna antitetánica y los restantes salieron con heridas leves y golpes.

Periodistas de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y  Uruguay participaron al mando del teniente coronel Juan Francisco Baleirón, con su nombre militar de Kiko,  en las maniobras cumplidas en un país ficticio identificado como República de Surdistán, de 4 mil hectáreas, donde se entrena el personal militar de los cascos azules de las Naciones Unidas, asignado a misiones de paz y humanitarias.

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Desde las 07h00 hasta las 24h00, los asistentes tuvieron que navegar en botes de goma mientras estallaban minas, caminar en la oscuridad del bosque y lanzarse al piso cuando sonaban disparos y morteros.

Los ejercicios que marcaron a los presentes fueron el estallido del coche bomba y ver a los heridos con sus piernas desgarradas y abierto el vientre. La simulación era perfecta, pues manchaba de rojo a quienes los ayudaban a trasladarlos a las ambulancias.

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Se adiestró a los periodistas sobre cómo deben desplazarse en ciudades en guerra, cruzar una calle en medio de disparos, o ingresar a un edificio donde aún hay sospechosos.

Todos tuvieron que cruzar a rastras el laberinto que era un túnel oscuro en zigzag de un metro de alto con agua en el piso y mediante el tacto encontrar en las paredes los pequeños agujeros a ras del piso por el que se avanzaba hasta la salida, en medio de gritos y ruido ambiental, tal como ocurre cuando uno queda atrapado en un derrumbe.

En otro momento, a las 21h00 apagaron las luces y comenzaron a estallar morteros. Kiko ordenó la evacuación en los carros de asalto blindados hasta un refugio de la ONU improvisado con contenedores. Ahí la mayoría entendió que siempre debían portar las cantimploras con agua y repelentes contra mosquitos.

Se explicó cómo sobrevivir como rehén, negociar con terroristas y medidas de seguridad diarias. Ahí ocurrió el secuestro masivo, los colocaron de rodillas para que observaran cómo le dieron cuatro tiros al comandante Kiko, que quedó tirado en el piso.

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Un par de mecheros volvían más tétrica la noche y los sujetos enmascarados colocaron las esposas y capuchas a los rehenes, a quienes obligabaron a caminar y dar vueltas por el bosque sacundiéndolos de las camisas, mientras eran vejados con gritos e insultos.

También se les rastrillaron las armas al pie del oído, les colocaron el cañón del fusil en el vientre, tal como actúan los terroristas para doblegar a sus víctimas.

El ejercicio final fue de 24 horas seguidas. Se enseñó supervivencia, a construir refugios, lograr fuego con material rústico, degollar una gallina y un conejo, arrancarle el rabo a una iguana y luego ponerlos en una fogata para ingerirlos.

Pero lo culminante fue dormir en la tierra, al aire libre, en pleno bosque, alumbrados por una fogata alimentada por la leña recogida en los alrededores y que en algo calentaba los cuerpos sometidos al frío de 10 grados de temperatura que mojaba el piso y que sentían más aquellos que no portaban chompas o abrigos.

Definitivamente, el pasar toda la noche contemplando el fuego, bajo las estrellas, con frío y en completo silencio sensibiliza a los seres humanos y los hace reflexionar. Culminó así el curso con una excelente experiencia personal y profesional.

DESTREZAS
INYECCIONES
Los periodistas aprendieron primeros auxilios y a autoaplicarse inyecciones en la pierna.

BRÚJULAS
Se enseñó el uso de las brújulas, ayudar a aterrizar helicópteros, distinguir armamentos, caminar en la oscuridad.

COMIDA
Se tuvo que caminar 3 km guiados por la brújula y cruzar bosques,  espinas y alambres de púas para llegar al almuerzo: un emparedado y un jugo.

SEGURIDAD
Se explicaron las prevenciones si uno va a pie, en vehículos, individuales o en grupo, y cómo pasar desapercibido.

DISPAROS
El grupo fue colocado en la zanja, en medio del polígono, para que escuche y distinga el ruido de las balas al romper la barrera del sonido. 

ANÉCDOTAS
Baleirón y los demás instructores comentaban sus experiencias en las misiones de paz en los Balcanes, Kosovo, Iraq, Kuwait, etc.