El policía honesto se indigna cuando alguna manzana podrida pretende desacreditar a su institución. Cuando eso ocurre, redobla sus esfuerzos para defender su honor y el de sus compañeros de la forma en que sabe hacerlo: arriesgando su vida para protegernos.

Pero nosotros no lo dejamos. Cada año le arrebatamos más recursos. Le quitamos las balas, las armas, los vehículos.

En cambio, permitimos que unos jueces y fiscales corruptos (no todos, pero los suficientes) abran las rejas a los delincuentes y dejen impunes a las manzanas podridas.

Publicidad

El extenso reportaje que este Diario publica el día de hoy en su sección Domingo ilustra cuán difícil se ha vuelto, por estos motivos, la tarea de titanes que realiza el policía honesto ahora en Guayaquil.

Nos muestra a unos guardianes del orden heroicos, que se animan a perseguir criminales aun sabiendo que los delincuentes poseen mejores armas y vehículos; que cada bala que disparen saldrá de su bolsillo; y que luego, muy probablemente, ningún ciudadano se animará a respaldar su sacrificio y su esfuerzo con una denuncia particular.

El reportaje demuestra cuán absurdo es que hagamos correr a los agentes del orden por riesgos tan innecesarios, en lugar de reclamar apoyo para que su sacrificio alcance resultados mejores y más eficientes.